Palacio Valdés y Pérez Galdós en Covadonga
Muchas son las personas
que a lo largo de la historia han visitado el Santuario de Covadonga y nos han
dejado testimonio de su paso por este maravilloso lugar. Uno de ellos ha sido el
escritor y crítico literario asturiano Armando Palacio Valdés, quien en su
niñez sufrió un aparatoso accidente al caerse del caballo que montaba. Tras
haber estado bastante enfermo, una vez restablecido le dijo a su madre que se
había ofrecido a ir en peregrinación al Santuario de la Virgen de Covadonga.
Como él mismo narra
en la revista La Esfera, justo ahora hace
cien años: “Me ofrecí, sí, pero fue después de hallarme bueno, y no por
devoción, sino por el gusto de visitar el paraje donde se había iniciado la Reconquista”.
Ese niño de buena
posición no había descubierto todavía la belleza de Covadonga, recreada como un
pequeño paraíso que sigue atrayendo, a lo largo de los siglos, a infinidad de peregrinos
y visitantes en busca de una experiencia en plena naturaleza o que suplican paz
y consuelo a la madre del Creador.
Rápidamente su madre,
Eduarda, se apresuró a dar cumplimiento a la promesa de su hijo y preparó el
viaje que llevaría a Palacio Valdés a conocer Covadonga. Llegaron a última hora
de la tarde, cuando ya el sol se estaba poniendo. Fue tanta la emoción que
sintió al elevar los ojos, ver abrirse la vegetación y encontrarse con la tenue
luz que alumbraba aquel agujero negro en el centro de una gran pared de roca
caliza que su corazón comenzó a latir con fuerza, y su mente lo transportó a
ese época en la que Pelayo buscó refugio y amparo en los huecos del monte
Auseva. Al pisar el santuario no pudo más que exclamar: “¡Santiago y cierra
España!”. El cochero, que estaba bajando las maletas, al escuchar la expresión,
quedó tan sorprendido que soltó una gran carcajada al ver que aquel niño era
capaz de hacer públicos unos sentimientos que muchos albergaban dentro de sí.
Volvió de nuevo Palacio
Valdés a Covadonga en 1879, esta vez acompañado de su ilustre amigo y compañero
Benito Pérez Galdós, autor de obras tan conocidas como Fortunata y Jacinta,
Doña Perfecta o El Amigo Manso, libro en el que utiliza su ironía para poner en
ridículo a una sociedad que menospreciaba el conocimiento, dando sólo crédito a
las apariencias, y en el que describe la zona de Parres y Covadonga. A Pérez
Galdós quiso enseñarle los paisajes de abundante vegetación, altas rocas y el
fluir de las aguas que tanto le impactaron en su primera visita. Recorrieron los
principales parajes con más curiosidad que unción, estudiaron los diferentes
tipos de labriegos de la zona, interrogaron a los canónigos, compraron algún
recuerdo para sus respectivas familias y escucharon las curiosas versiones que
tanto eclesiásticos como seglares les contaron sobre los hechos allí sucedidos.
De este modo, casi sin darse cuenta, les llegó la hora de cenar y de acostarse.
Si duras estaban las chuletas que les sirvieron, más dura encontraron la cama
donde habrían de dormir aquella misma noche. Tras un largo rato de conversación
sobre libros, novelas, discusiones del Ateneo, críticos y editores, acabaron
sucumbiendo al cansancio de la jornada y durmieron toda la noche sin pensar en las
incomodidades ni en dónde se encontraban.
A pesar de no ser muy
piadoso, no sería esa la última vez que Palacio Valdés pisara Covadonga. Transcurridos
los años -ya como escritor consagrado- regresó
al santuario del monte Auseva. El memorable suceso allí ocurrido – como él
mismo relató – esta vez se le apareció bajo otra luz distinta. Aquella gran hazaña de lucha de guerreros
astures contra los sarracenos, que en su niñez parecía engrandecerse aún más, hoy
la veía desde otro enfoque: “Es casi seguro que en la batalla de Covadonga no
peleasen más de trescientos cristianos contra una pequeña columna sarracena que
salió en su persecución, como afirman los historiadores árabes. Pero aquellos
cristianos eran un símbolo, y un símbolo no tiene límites. Poned trescientos
mil y será muy poco, poned tres millones, y lo mismo. Porque aquellos
cristianos encarnaban la moral y el derecho: toda la justicia se hallaba entre
sus manos en aquel momento. Los hechos no tienen más valor que el que nuestra
alma les quiere dar”, decía.
A los pies de la
Santina reflexionó sobre la humanidad que “no vive de guarismos, sino de
verdad, de justicia, de belleza, de valor y de genio. Y cuando todo esto se
reúne a la vez, como en la inmortal batalla de Covadonga, no debe sorprender
que la Virgen la dirigiese y los ángeles hayan asistido a ella”.
Palacio Valdés,
cuando le sorprendía una gran emoción, no era capaz de reprimirla y la dejaba
escapar en frecuentes exclamaciones de entusiasmo. Sin embargo, muchas son las
personas acostumbradas a vivir en bellos parajes y no ser capaces de apreciar
la belleza que los rodea. Donde unos ven simples rocas, otros ven un paisaje
sin igual; donde unos ven el escenario de una gran batalla, otros lo tildan
como un paraje donde, una simple escaramuza, comenzó la rebelión de Pelayo.
Por lo tanto, como nos
dice la conocida frase del poema de Ramón de Campoamor: “…nada es verdad ni
mentira, todo es según el color del cristal con el que se mira”.
Javier Remis Fernández.
(Museo
de Covadonga)