viernes, 18 de diciembre de 2009

Juan Pablo II en Covadonga

El pasado mes de agosto se cumplieron veinte años de la presencia de Juan Pablo II en Asturias y apenas los medios de comunicación se han percibido de tan importante visita que marcó un hito en la historia de la Iglesia Asturiana y que, junto con la retransmisión televisiva de la Vuelta a España, marcó el despegue turístico de nuestra Comunidad Autónoma.
Previamente, en 1954, Ángelo Giuseppe Roncalli, futuro Juan XXIII y por entonces Cardenal Patriarca de Venecia, también se había postrado ante los pies de la Santina tras desviarse de su ruta hacia Santiago. Desde ese mismo lugar llegó Juan Pablo II al aeropuerto de Asturias en torno a la una y media del 20 de agosto de 1989 acompañado por el entonces Arzobispo de Oviedo don Gabino Díaz Merchán, quien tras bajarse del avión le presentó al Presidente del Principado don Pedro de Silva. Tras los saludos protocolarios a las personas de la comitiva, entre las que se encontraba el entonces párroco de Santiago del Monte, Bayas y Naveces D. Juan José Tuñón Escalada (actual Abad de Covadonga), se acercó a un grupo de niños vestidos de asturianos que le ofrecieron un ramo de flores, una montera picona, una placa y una cesta de manzanas.
Desde allí se trasladó en helicóptero hasta el campo de fútbol del Seminario de Oviedo donde fue recibido por el entonces Rector José María (Chema) Hevia y por los entonces rectores de los Seminarios de Astorga, León y Santander, éste último don Carlos Osoro Sierra, actual Arzobispo de Valencia y sucesor en nuestra diócesis de don Gabino Díaz Merchán.
Tras el multitudinario recibimiento por las calles de Oviedo visitó la Casa Sacerdotal donde saludó a los sacerdotes jubilados deteniéndose con el entrañable don Luciano López García Jove. Después de la comida visitó la catedral y su Cámara Santa antes de volver al Seminario para coger el helicóptero que le trasladó hasta La Morgal, donde estaba previsto un gran acto multitudinario al que se llegó a decir que asistieron unas cien mil personas. Allí, mientras la gente esperaba la llegada del Sumo Pontífice no dejaron de sonar gaitas y tambores junto con canciones típicas asturianas. Entre las actuaciones estuvo la del cantautor asturiano José Prendes y el Cuarteto Torner que fueron los encargados de entretener la impaciente espera de las personas allí congregadas.
Nada más llegar a La Morgal, hacia las cinco de la tarde, el Papa, que avanzaba por un pasillo formado por grupos folclóricos de la región a toque de gaitas y castañuelas, se acercó a bendecir a tres niños enfermos antes de comenzar la Eucaristía. A esta asistieron unos 54 Obispos y entre 350 y 400 sacerdotes venidos desde los más diversos lugares. La misa tuvo un significado carácter asturiano, unos mineros entregaron al Papa la ropa con la que habitualmente trabajaban, trozos de carbón y una lámpara de mina, la gente del mar le entregó una reproducción de un barco realizado artesanalmente y un ancla, mientras que otros llevaron pan, vino y productos típicos asturianos. Curioso fue el regalo que le entregó una pequeña niña vestida con traje regional, una montera picona.
Terminada la ceremonia tomó un helicóptero hacia Cangas de Onís. A la Primera capital del reino llegó hacia las ocho y media de la tarde y, junto con el multitudinario público, le estaban esperando autoridades municipales y el Príncipe de Asturias. Desde allí, un coche enviado por la Casa Real Española le trasladó hasta el Santuario de Covadonga donde le esperaba un pequeño grupo de gente y niños de Covadonga, entre los que se encontraban los chicos de la Escolanía. Tras saludarle y cantarle el “Asturias patria querida” el Papa se retiró a descansar en una de las habitaciones de la Casa de Ejercicios que le había sido habilitada para tan solemne visita. El día para el Sumo Pontífice había resultado agotador, no sólo por la maratoniana jornada sino porque además se encontraba en un estado febril con una temperatura de 38 º.
Nada más levantarse al día siguiente, como si de un milagro de la Santina se tratara, esa fiebre había desaparecido. Era el día 21 de agosto y a las ocho y media de la mañana se
encontraba ya recibiendo a los miembros del Patronato de la Gruta y Real Sitio en un acto que fue presidido por S. A. R. el Príncipe de Asturias, Presidente honorífico del mismo. Tras concluir la reunión, el Santo Padre se dirigió, acompañado de una gran comitiva, a la Santa Cueva donde se arrodilló y oró piadosamente ante la imagen de la “Santina”. Al ver que habían transcurrido unos veinte minutos y el Papa seguía en oración, el servicio de protocolo tuvo que informarle de que debería continuar con el resto de las actividades programadas. Pero, no sin antes depositar en la mano derecha de la Virgen un rosario de oro y nácar que hoy es conservado en el Museo del Santuario.
Ante el precioso día que amaneció la misa, como estaba prevista, se desarrolló en la explanada de la basílica ante aproximadamente unas cinco o seis mil personas. En su homilía llegó a decir frases como estas:
“La Cueva de Nuestra Señora y el Santuario que el pueblo fiel ha consagrado esta imagen “pequeñina y galana”, con el Niño en brazos y en su mano derecha una flor de oro, son monumento a la fe del pueblo de Asturias y de España”.
“Así, Covadonga a través de los siglos, ha sido como el corazón de la Iglesia de Asturias. Cada asturiano siente muy dentro de sí el amor a la Virgen de Covadonga, a la “Madre y Reina de nuestra montaña”, como cantáis en su himno”.
“La Virgen de Covadonga es como un imán que atrae misteriosamente las miradas y los corazones de tantos emigrantes salidos de esta tierra y esparcidos hoy por lujares lejanos”.
“Covadonga es además una de las primeras piedras de la Europa cuyas raíces cristianas ahondan en su historia y en su cultura. El reino cristiano, nacido en estas montañas, puso en movimiento una manera de vivir y de expresar la existencia bajo la inspiración del Evangelio.
Por ello, en el contexto de mi peregrinación jacobea a las raíces de la Europa cristiana, pongo confiadamente a los pies de la “Santina de Covadonga” el proyecto de una Europa sin fronteras, que no renuncie a las raíces cristianas que la hicieron surgir. ¡Que no renuncie al auténtico humanismo del Evangelio de Cristo!”.
Durante la consagración se escuchó el tañido de la enorme campana monumental que todavía hoy adorna en lo alto de la entrada a la Santa Cueva. En este caso, las ofrendas realizadas durante la misa fueron presentadas por vecinos de Covadonga, Cangas de Onís y Arriondas, así como por otras parroquias y grupos folclóricos de la comarca. Una vez finalizada la ceremonia, el Papa, volvió a acercarse hasta la Cueva de la Virgen para postrarse de nuevo en oración ante
s de subir a conocer los lagos Enol y Ercina.
Hasta allí se trasladó en un helicóptero que despegó desde la finca conocida como “Les Llanes”, utilizada como helipuerto improvisado tanto para despegue como para aterrizage, y allí paseó durante más de una hora en solitario ataviado de su característico ropaje blanco que chocaba con el bastón o “cayáu” de madera de avellano que llevaba en su mano, así como con los tenis blancos y rojos que le habían comprado a última hora en una conocida tienda de Arriondas y que le quedaban dos o tres números grandes. Cuando cansó se cobijó bajo una roca para poder soportar el radiante sol que iluminaba aquel maravilloso día, porque según sus palabras “Este es el segundo paseo más bello que he dado en mi vida”.
Por informaciones aparecidas en prensa y por sus propios recuerdos, ya que cuando alguien le hablaba de Asturias rápidamente la identificaba con la “Santina” y con esas maravillosas montañas, estamos seguros de que Asturias dejó una huella imborrable en el corazón y en la memoria de Juan Pablo II, un Papa que marcó un hito en la historia de la Iglesia Asturiana.