domingo, 20 de diciembre de 2009

Federico Aparici, “Maestro” de Arquitectos y director técnico del Gran Hotel Pelayo.

Federico Aparici y Soriano nace en Valencia el 4 de febrero de 1832. En la ciudad del Turia realiza sus primeros estudios y antes de terminar el Bachillerato, el 16 de febrero de 1850, es nombrado profesor sustituto de Matemáticas en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Valencia por lo que resta de curso. Posteriormente se traslada a Madrid, donde se matricula en la Escuela Superior de Arquitectura. A los veintidós años es premiado en dicha Escuela por el proyecto para la construcción del monumento sepulcral de Mendizábal, Argüelles y Calatrava, que más tarde se realizaría en el cementerio de la Sacramental de San Salvador y San Nicolás de la Villa y Corte. Al concurso concurrieron un total de veinticuatro proyectos, pero sólo el suyo fue premiado y merecedor de grandes elogios en la publicación de una Memoria en la que la comisión organizadora se hacía eco del descubrimiento de un nuevo artista. Un año más tarde, el 21 de marzo de 1855, termina la carrera de Arquitectura y comienza la docencia en el Real Instituto Industrial donde obtiene por oposición, el 21 de mayo de 1856, la Cátedra de Construcciones Civiles.
El 28 de octubre de 1867, por supresión del Real Instituto, consigue el traslado a la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid y es nombrado Catedrático de Topografía. En esta institución también desempeñaría las Cátedras de Aplicación Gráfica de la Teoría del Arte y la de Aplicación de Materiales a la Construcción y Decoración, así como los cargos de Secretario y Director, entre 1896 y 1910. A su vez, a propuesta del profesorado, fue elegido Consejero de Instrucción Pública y actuó, en su etapa de director, como Vocal de las Juntas de Urbanización y Obras del Ministerio de la Gobernación y de la Facultativa de Construcciones Civiles.

Desde el 29 de mayo de 1903 hasta su fallecimiento, fue Vocal de la Junta Facultativa e Inspector de la segunda zona del servicio de Construcciones Civiles del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Todos sus méritos y servicios prestados fueron reconocidos públicamente por el Estado otorgándole la gran Cruz de Isabel la Católica primero y la Encomienda de número de Alfonso XII, más tarde. También mediante Real Orden de 27 de abril de 1915 publicada en el número 123 de la Gaceta de Madrid, correspondiente al día 3 de mayo del mismo año, en la que se le confirma “con la antigüedad de 1º de Enero…, en el cargo de Profesor numerario de Construcción Arquitectónica de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, con un sueldo anual, desde la misma fecha, de 12.500 pesetas, como comprendido en la primera categoría del escalafón del Profesorado de dicha escuela, donde figura con el número 1, y 500 pesetas más por razón de residencia”. En esa misma Real Orden también se confirma en el cargo a otros profesores compañeros suyos, como Luis Esteve y Fernández Caballero, Manuel Aníbal Álvarez y Amoroso, Enrique Repullés y Vargas, Vicente Lampérez y Romea, Juan Moya e Idígoras, Martín Pastels y Papell, Manuel Zabala y Gallardo, Antonio Flórez Urdapilleta y Carlos Gato Soldevilla.
Persona de grandes convicciones religiosas, ecuánime, humilde y modesta prefirió ejercer como docente a ejercer como profesional de la arquitectura, pero, de todos modos, colaboró con acierto en numerosas obras particulares y civiles, entre las que destacan el Hospital de Epilépticos de Carabanchel o el proyecto de restauración de la iglesia parroquial de Santo Tomás de Madrid, que por desgracia no se llegó a realizar.
Tras sesenta años dedicados a la enseñanza, solicita su jubilación en 1914 y fallece en Madrid, en la casa número 82 de la calle Ferraz, el 30 de noviembre de 1917. Muchos de sus amigos y discípulos echaron en falta que no hubiera publicado su Curso sobre Construcciones ya que él mismo había mostrado interés en hacerlo. Su memoria siempre estuvo presente entre sus compañeros como en el caso de Manuel Zabala quien escribió, en el primer número de la revista Arquitectura, órgano oficial de la Sociedad Central de Arquitectos dirigida un tiempo por Moreno Villa, un artículo en el que ensalzaba la profesionalidad y la bonanza personal de este gran “Maestro” de arquitectos al que mucho le debe Covadonga.
Sus obras en Covadonga.
Pese a la gran polémica suscitada en la época con los planos de la basílica, dibujados por Frassinelli y firmados por el arquitecto Lucas Palacios, así como el male
star mostrado por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y la Comisión Provincial de Monumentos, que se entera por la prensa de las obras que se van a realizar en Covadonga, el obispo Sanz y Forés se aferró, para poder continuar los trabajos, a la Real Orden dictada por Alfonso XIII en la que se aprobaba el proyecto de construcción del nuevo templo. Tampoco la Sociedad Central de Arquitectos de Madrid, que dudaba de la profesionalidad de Frassinelli, era conocedora de los proyectos que se iban a llevar a cabo en el Santuario. Una vez construidos los basamentos y la cripta, Sanz y Forés es preconizado a la Archidiócesis de Valladolid y su sucesor, Mons. Herrero Espinosa de los Monteros suspende las obras, según el Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Oviedo, “ya porque carecía de medios para continuarlos, ya porque no había planos de la obra que se proyectaba”.
Tras el breve pontificado de éste, llega a hacerse cargo de la diócesis ovetense Fray Ramón Martínez Vigil, un fraile dominico asturiano, que pone como condición para su nombramiento que se reanuden las obras de Covadonga. Para que no vuelvan a reproducirse polémicas entre los diferentes organismos implicados en la supervisión de las obras de renovación del Santuario, Martínez Vigil se entrevista con Federico Aparici, al que conoce de su época como profesor de la Universidad Central de Madrid, para ofrecerle que sea el encargado de dirigir los proyectos de las edificaciones en Covadonga. En un principio, Aparici, fue contrario a esta idea pero finalmente sus profundas convicciones religiosas le llevaron a aceptar el encargo.
Según publica el Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Oviedo de 2 de octubre de 1887 intervino también la Junta de Oviedo que es quien le encarga la dirección de las obras del templo de Covadonga, “rogándole que sin pérdida de tiempo se ocupase en la formación de los planos y de la memoria” (…). El problema no fue fácil, como nos sigue comentando, ya que se encontró con los cimientos y la cripta hecha. Además Aparici, tras el fracaso profesional que le había supuesto el desplome de la iglesia de la Santa Cruz, que se estaba construyendo bajo su dirección, ponía en duda la fiabilidad de la obra a realizar. Su residencia madrileña, lejana a Covadonga, le hizo buscar ayuda en personas que pudieran resolver al instante los problemas técnicos que pudieran surgir. Entre ellas podemos destacar a Mariano Esbric, Lucas Palacios, Nicolás García Rivero, Mauricio Jalvo y, sobre todo, al canónigo don Máximo de la Vega que siempre
estaba como canónigo fabriquero a pie de obra.
A partir de 1884, según se recoge en las Pastorales de Fray Ramón Martínez Vigil, (Tomo I. Madrid, 1896 pág. 54), Aparici dirigió las obras de finalización de la Cripta según el diseño de Frassinelli; se terminó el almenado de la plaza; se levantó el soberbio y elegante muro de sostenimiento que une la plaza del templo con la de los canónigos; se construyó una escalinata monumental; se coronó de almenas toda la obra y se construyó, frente a la explanada de la futura Basílica, la “Casona” del Obispo o Palacio Abacial.
Una vez obtenido el visto bueno la Real Academia de San Fernando, la cual había creado una comisión encargada de velar por el cumplimiento de las obras conforme a los proyectos aprobados, se continuó con otros proyectos entre los que se encontraba la construcción de un gran hotel para albergar a todos aquellos peregrinos o turistas que se acercaran hasta el santo lugar o visitaran los bellos parajes de la montaña de Covadonga. El diseño, en este caso, también corrió a cargo de Federico Aparici, quien en 1891 ya tendría ideada su estructura. Un año más tarde, según la Memoria sobre el templo monumental de Covadonga ya se había sacado de cimientos y se comenzó a edificar la estructura del edificio. Por lo tanto, se puede afirmar que es en 1892 cuando comienza a levantarse el conocido y emblemático Gran Hotel Pelayo.
Durante los primeros años el ritmo de las obras fue lento debido a la escasez de medios económicos y a que todos los esfuerzos se dedicaron a finalizar las obras de la basílica। En apenas ocho años solamente se había edificado la primera planta del ed
ificio। Tanto en las obras de la Basílica, como en las del hotel, fue necesario contar con un gran número de trabajadores, sobre todo canteros para labrar la piedra, que atraídos por los salarios que aquí se pagaban llegarían de toda la región, incluso de fuera de Asturias. Muchos de ellos se establecieron en Covadonga y alrededores, como es el caso del cercano pueblo de La Riera donde llegaron a popularizar composiciones poéticas como la que ha pervivido en el cancionero popular:

Canteros de Covadonga
los que baxéis a la Riera,
si queréis beber buen vinu
cortexái la tabernera.



Una vez finalizadas las obras de la Basílica, se aceleraron las del hotel al poder utilizar muchos de estos trabajadores. A finales de agosto de 1901, Aparici visita Covadonga para ultimar detalles ante la inminente consagración de la basílica que tendría lugar el 7 de septiembre de 1901. Manuel Zabala y Gallardo, compañero suyo en la Escuela de Arquitectura, resumió la dirección de éste en la obra de la siguiente manera:
“Realizó uno de los más interesantes recuerdos de arquitectura antigua que hoy es frecuente hacer en edificios religiosos, siendo éste notable por su respeto al estilo histórico, pues la pureza de la composición general está acompañada con detalles originales, ninguno copiado, y todos muy dentro del estilo adoptado. El conjunto del templo se acomoda perfectamente al singular emplazamiento en que se eleva, y no obstante sus reducidas dimensiones y la obligada limitación de su coste, puede calificarse como una de las obras de mayor importancia artística de las realizadas en España recientemente”
También aprovechó la visita para supervisar como avanzaban las obras del hotel, entonces a medio construir, y conocer los proyectos que el Cabildo tenía para engrandecer el Real Sitio. A la vez que se levantaba el hotel, se llevaron a cabo una serie de actuaciones que implicaban la mejora en los accesos al santuario. Proyectadas por el ingeniero de la Jefatura de Obras Públicas de Oviedo, Víctor García de Castro, consistieron en excavar un túnel en el monte Auseva para acceder a la cueva desde la zona alta de la basílica, explanar y ampliar el terreno situado frente a la Colegiata y levantar el muro que llega hasta el hotel, prolongar el muro de Ventura Rodríguez y la plazoleta que hay bajo la cueva, que se adornó con dos artísticos pilones de piedra diseñados también por Aparici y que servían para marcar la entrada al recinto sacro. (Después de las reformas llevadas a cabo en el santuario por García Lomas, a comienzos de los años sesenta, estos fueron desplazados hasta el Repelao donde hoy marcan la entrada al Parque Nacional de los Picos de Europa).
En 1906 los trabajos ya van muy adelantados, pero en enero de 1907 el obispo ordena disolver la comisión de obras con sede en Oviedo, entonces es cuando el Abad, Nemesio Barinaga y Egocheaga, nombra una nueva junta formada por Pedro Poveda, Jenaro Suárez de la Viña, Miguel Alea o José Comas, entre otros canónigos que se alternaban en los cargos, y que es la encargada de llevar el control de los trabajos que todavía se han de efectuar en Covadonga.
A finales de 1908 el edificio está terminado, sólo queda acondicionarlo interiormente. Un año más tarde, en la reunión del Cabildo celebrada el 27 de abril de 1909 el Abad informa a los canónigos, en nombre de la comisión de obras, que los trabajos del hotel están prácticamente terminados y que “puede inaugurarse para el mes de junio”. Vistas las bases que presentó don Enrique Álvarez Victorero y tras las oportunas correcciones dictadas por el Cabildo se decidió ceder a éste la gestión.
Al igual que la basílica, se construyó en un tipo de piedra característica de la zona de Covadonga, caliza griotte de color rosado que cuando se pule adopta formas marmóreas. Esta era extraída de la cantera que había por el camino que sube a Peñalba, en el mismo Monte Auseva y a escasos metros del edificio en construcción, desde allí se transportaba hasta unas techumbres o cobertizos que se encontraban a pie de obra donde se labraba y se le daba la forma adecuada antes de utilizarla.
Mª Misericordia Ordóñez Vicente, en su obra José Gurruchaga, ejemplos de una arquitectura en evolución, enmarca la obra realizada por Aparici en Covadonga dentro del neomedievalismo que surge dentro del imperante neocatolicismo de la Restauración Alfonsina.