Para comenzar con la historia
de la parroquia de Cangas de Onís debemos retrotraernos hasta nuestros orígenes, fundamentados
en Covadonga y en la fe cristiana. Esa fe cristiana fue introducida por el sur
de España a comienzos del siglo I de la mano de Santiago a quien se cita como
primer evangelizador, aunque también es muy probable la presencia de San Pablo.
De este modo, ya hacia el año 250 se pueden documentar diócesis con obispos en
las cercanas provincias de León y Astorga. Es probable que desde allí viniesen
misioneros hacia Asturias ya que los primeros testimonios cristianos que
aparecen en nuestro concejo son lápidas o estelas funerarias encontradas en
Coraín, Corao, Soto de Cangas o Gamonedo y que datan, según los historiadores y
arqueólogos, de entre los siglos IV y V. Resulta sorprendente que estas
localidades se encuentren tan cercanas a Cangas de Onís, pero más sorprendente
es aún que en una de ellas aparezca la inscripción Dominica, porque el topónimo de Covadonga se dice que procede de la
palabra latina Cova Domínica, es
decir, Cueva de la Señora, la cual fue evolucionando hasta llegar a la expresión
que conocemos hoy en día. La misma toponimia nos indicaba que el río que surge
bajo la Santa Cueva era denominado como el río Diva, es decir, de la Diosa, por
lo tanto es posible que ya existiera algún tipo de veneración precristiana.
Otras piezas que corroboran esta posibilidad son algunos de los objetos
litúrgicos de época visigoda hallados en la Mina del Milagro, situada en el
limítrofe concejo de Onís, pero en la raya divisoria con el nuestro.
La abundante bibliografía que
existe sobre Covadonga no ha resuelto definitivamente los grandes interrogantes
planteados en torno al hecho histórico, personajes que en él participaron y
desarrollo posterior de estos eventos. Parece que hoy nadie duda de la
existencia de una realidad auténtica: Covadonga aparece siempre como lugar
donde comienza a decaer la invasión musulmana y es donde nace Asturias como
reino. Aquí hubo sin duda alguna unos sucesos que, llámense batalla, escaramuza
o alzamiento fueron el origen de nuestra historia, de la historia de España y en
buena medida de la Europa Cristiana, y en ese origen siempre aparecen don
Pelayo y la Santina. Otras preguntas son de muy difícil precisión. ¿Existía ya
culto en Covadonga antes de la llegada de Pelayo? ¿Realmente hubo una gran
batalla, como nos comentan las crónicas cristianas bajo el mando de Pelayo
contra los musulmanes o sólo fue una escaramuza de apenas un puñado de hombres,
como nos cuentan las crónicas árabes? Distintas han sido las repuestas dadas
por los historiadores a estas interrogantes a lo largo de la historia. ¿Hubo
intervención divina? ¿Actuó Pelayo movido por el deseo de defender la fe de los
suyos ante el invasor musulmán o defendía simplemente sus posesiones
amenazadas? Entre historia, religión, tradición o leyenda, Covadonga ha ocupado
y ocupa el corazón de todos los asturianos y de millones de personas que ven
aquí nuestras primeras raíces y el origen de nuestra fe.
No existe ningún documento
que nos dé constancia de los comienzos de la veneración a la Virgen en la Santa
Cueva, sino que hay que buscarlos en la
tradición, y ésta se refiere a que, anteriormente a la llegada de Pelayo, a
comienzos del siglo VIII, ya era venerada una imagen de la Virgen por un ermitaño.
En esas mismas fechas tropas islámicas invaden el sur de la península y en
pocos años van conquistando aquel terreno por el que pasan hasta llegar al
Norte. En Covadonga Pelayo, junto con un grupo de asturianos y de cántabros, se
sublevó contra ellos, refugiándose en la Santa Cueva y pidiéndole intercesión a
la Virgen.
Tampoco se sabe nada
acerca del lugar de nacimiento de Pelayo. Mientras que unos lo sitúan en
Toledo, en Tuy (Galicia), o en
Cantabria, otros, sin embargo, los que somos asturianos, decimos que era un
guerrero astur. Lo que sí se sabe es que era hijo del duque Fáfila, que luchó como espatario al lado
de don Rodrigo en la Batalla de Guadalete (año 711) y que, con un pequeño grupo
de tropas vencidas, llegó a Covadonga para refugiarse. Aquí incitó a la
población a manifestarse contra el dominio musulmán y, refugiándose en la
Cueva, imploró la protección divina.
Las tropas cristianas lo
eligieron como el hombre que los había de liderar, y así lo proclaman en el año
718, fecha que se toma como inicio de La
Reconquista, pero no es hasta el año 722 cuando tiene lugar la Batalla de
Covadonga, en la cual las tropas cristianas se proclaman vencedoras. Tras la
batalla, Pelayo fue aclamado rey o líder de los asturianos y durante 57 años estableció la capital del
Reino en Cangas de Onís. Juró sobre una cruz de madera de roble,
que posteriormente fue recubierta de oro y piedras preciosas. Es la llamada Cruz de la Victoria, actualmente en la Cámara Santa de la
Catedral de Oviedo y una de las piezas de orfebrería alto medieval más
importante que se conocen en Europa. En numerosas pinturas prerrománicas
asturianas aparece representada esta cruz con las letras del alfabeto griego
alfa y omega, es decir, principio y fin, como Dios es principio y fin de todas
las cosas.
A su muerte, en el año 737, fue
enterrado en la que hoy conocemos como iglesia de Santa Eulalia de Abamia,
aunque posteriormente sus restos se trasladaron a la Santa Cueva en tiempos de
Alfonso X “El Sabio”, ya en siglo
XIII. En realidad pudiera ser que sólo se llevara algún resto porque, según
comenta el Conde de la Vega del Sella en su obra El dolmen de la Capilla de Santa Cruz, “según versión oída a un testigo presencial, en la visita que hizo
el Rey Alfonso XII al Santuario de Covadonga, fueron examinados los sepulcros
que allí se encuentran, no hallándose en el de Pelayo más que un fémur de
grandes dimensiones y una chapa delgada de plata en forma de doble cinto”.
Su hijo Favila es quien le
sucede en el trono. Bajo su corto mandato, que apenas dura dos años (737-739),
como es sabido a causa de las feroces garras de un oso en la cercana localidad
de Llueves, casi no existen hechos que resaltar, excepto la construcción de la
capilla de la Santa Cruz, que fue edificada sobre un dolmen pagano para venerar
la tosca cruz de roble que su padre había enarbolado como símbolo del
cristianismo en la batalla de Covadonga.
Esta es la primera capilla
edificada en nuestro concejo, puesto que la de Covadonga es posterior. Fue
levantada en el año 740 por el rey Alfonso I, quien estaba casado con
Hermesinda, hermana de Favila e hija de Pelayo. Seis años más tarde (746), y
según la tradición, es el mismo Alfonso I quien funda el monasterio de San
Pedro de Villanueva, regido por monjes de San Benito hasta la desamortización
de 1835. Esta orden benedictina es la que se cree como la primera orden que
rige el Santuario de Covadonga y la iglesia de Cangas de Onís.
La época de la monarquía
asturiana marcará a partir de entonces el devenir del cristianismo. Durante el
reinado de Alfonso I llegó a Liébana el Lignum Crucis. Bajo el reinado de Silo,
Beato de Liébana defiende la ortodoxia
y la hace triunfar con la ayuda del Papa y de Carlomagno frente al adopcionismo, que intentaba degradar la
divinidad de Cristo. Bajo el mandato de Alfonso II, se descubre el sepulcro de
Santiago y éste es el primero en peregrinar, iniciando así el hoy denominado
Camino de Santiago. También llegó a Oviedo el Arca Santa junto con el Santo
Sudario, que fueron y son objeto de numerosas peregrinaciones. Ante estos
hechos tan transcendentes podríamos hacernos la siguiente pregunta: ¿Cuántas
regiones de Europa han hecho una aportación similar a la historia del catolicismo?.
Javier Remis Fernández
(Primer capítulo del Libro Cangas de Onís, historia de una parroquia)