jueves, 24 de diciembre de 2009

Acta de la Coronación Canónica de Nuestra Señora de Covadonga (XII Centenario) 1918

En el histórico Santuario de Covadonga, solar de la Reconquista y cuna de la Monarquía española, a las diez y media de la mañana del día ocho de septiembre de mil novecientos diez y ocho, el Excmo. Sr. D. Francisco Baztán y Urniza, Obispo de la Diócesis, hallándose presentes S.S. M.M. D. Alfonso XIII y Dª Victoria Eugenia; el Excmo. señor Ministro de Fomento D. Francisco Cambó; el Emmo. Cardenal Dr. D. Victoriano Guisasola, Arzobispo de Toledo y Primado de las Españas; los Excmos. Dres. D. Eustaquio Hundain, D. José Miranda Álvarez, D. Ángel Regueras López y D. Ramiro Valbuena, Obispos de Orense, León, Plasencia y Auxiliar de Santiago; Alcalde e Ilma. Corporación municipal de Cangas de Onís; Excma. Diputación provincial; Excmo. Sr. Capitán General de la Región; Ilmos. Señores Gobernadores civil y militar de la provincia, Senadores y Diputados a Cortes, M. I. Sr. Deán y representaciones del Excelentísimo Cabildo de Oviedo; Comisiones del Seminario Conciliar y de la Universidad; Ilmo. Señor Presidente de la Audiencia y Colegio de Abogados, hace entrega al Ilmo. Cabildo de la Real Colegiata de Covadonga, por sí y en nombre de la Junta Diocesana que preside, de las CORONAS del Niño y de la Virgen María, hechas con alhajas y dinero del pueblo asturiano, donativo que se completará en breve plazo con el tríptico que se construye, como cajas de dichas coronas, y encarece a dicho Ilmo. Cabildo la fiel custodia de tan preciadas joyas que, además del valor que representa el material de que se componen, tienen el inestimable valor de ser la expresión del sentimiento, del alma de Asturias, que en el XII Centenario de la batalla de Covadonga quiere coronar a la Virgen de sus montañas, bajo cuya sombra tutelar ha visto desenvolverse su brillantísima historia.
En testimonio de lo cual se extiende la presente acta, en el lugar y día ya citados.


Firman:
Alfonso XIII.- Victoria Eugenia.- F. Cambó.- El Duque de Santo Mauro.- El Maruqués de Viana.- La Duquesa de San Carlos.- Antero Rubín.- Victoriano Guisasola, Arzobispo de Toledo.- Eustaquio, Obispo de Orense.- José, Obispo de León.- Ramiro, Obispo auxiliar de Santiago.- Ángel, Obispo de Plasencia.- Armando de las Alas Pumariño,- José González Sánchez.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Federico Aparici, “Maestro” de Arquitectos y director técnico del Gran Hotel Pelayo.

Federico Aparici y Soriano nace en Valencia el 4 de febrero de 1832. En la ciudad del Turia realiza sus primeros estudios y antes de terminar el Bachillerato, el 16 de febrero de 1850, es nombrado profesor sustituto de Matemáticas en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Valencia por lo que resta de curso. Posteriormente se traslada a Madrid, donde se matricula en la Escuela Superior de Arquitectura. A los veintidós años es premiado en dicha Escuela por el proyecto para la construcción del monumento sepulcral de Mendizábal, Argüelles y Calatrava, que más tarde se realizaría en el cementerio de la Sacramental de San Salvador y San Nicolás de la Villa y Corte. Al concurso concurrieron un total de veinticuatro proyectos, pero sólo el suyo fue premiado y merecedor de grandes elogios en la publicación de una Memoria en la que la comisión organizadora se hacía eco del descubrimiento de un nuevo artista. Un año más tarde, el 21 de marzo de 1855, termina la carrera de Arquitectura y comienza la docencia en el Real Instituto Industrial donde obtiene por oposición, el 21 de mayo de 1856, la Cátedra de Construcciones Civiles.
El 28 de octubre de 1867, por supresión del Real Instituto, consigue el traslado a la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid y es nombrado Catedrático de Topografía. En esta institución también desempeñaría las Cátedras de Aplicación Gráfica de la Teoría del Arte y la de Aplicación de Materiales a la Construcción y Decoración, así como los cargos de Secretario y Director, entre 1896 y 1910. A su vez, a propuesta del profesorado, fue elegido Consejero de Instrucción Pública y actuó, en su etapa de director, como Vocal de las Juntas de Urbanización y Obras del Ministerio de la Gobernación y de la Facultativa de Construcciones Civiles.

Desde el 29 de mayo de 1903 hasta su fallecimiento, fue Vocal de la Junta Facultativa e Inspector de la segunda zona del servicio de Construcciones Civiles del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Todos sus méritos y servicios prestados fueron reconocidos públicamente por el Estado otorgándole la gran Cruz de Isabel la Católica primero y la Encomienda de número de Alfonso XII, más tarde. También mediante Real Orden de 27 de abril de 1915 publicada en el número 123 de la Gaceta de Madrid, correspondiente al día 3 de mayo del mismo año, en la que se le confirma “con la antigüedad de 1º de Enero…, en el cargo de Profesor numerario de Construcción Arquitectónica de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, con un sueldo anual, desde la misma fecha, de 12.500 pesetas, como comprendido en la primera categoría del escalafón del Profesorado de dicha escuela, donde figura con el número 1, y 500 pesetas más por razón de residencia”. En esa misma Real Orden también se confirma en el cargo a otros profesores compañeros suyos, como Luis Esteve y Fernández Caballero, Manuel Aníbal Álvarez y Amoroso, Enrique Repullés y Vargas, Vicente Lampérez y Romea, Juan Moya e Idígoras, Martín Pastels y Papell, Manuel Zabala y Gallardo, Antonio Flórez Urdapilleta y Carlos Gato Soldevilla.
Persona de grandes convicciones religiosas, ecuánime, humilde y modesta prefirió ejercer como docente a ejercer como profesional de la arquitectura, pero, de todos modos, colaboró con acierto en numerosas obras particulares y civiles, entre las que destacan el Hospital de Epilépticos de Carabanchel o el proyecto de restauración de la iglesia parroquial de Santo Tomás de Madrid, que por desgracia no se llegó a realizar.
Tras sesenta años dedicados a la enseñanza, solicita su jubilación en 1914 y fallece en Madrid, en la casa número 82 de la calle Ferraz, el 30 de noviembre de 1917. Muchos de sus amigos y discípulos echaron en falta que no hubiera publicado su Curso sobre Construcciones ya que él mismo había mostrado interés en hacerlo. Su memoria siempre estuvo presente entre sus compañeros como en el caso de Manuel Zabala quien escribió, en el primer número de la revista Arquitectura, órgano oficial de la Sociedad Central de Arquitectos dirigida un tiempo por Moreno Villa, un artículo en el que ensalzaba la profesionalidad y la bonanza personal de este gran “Maestro” de arquitectos al que mucho le debe Covadonga.
Sus obras en Covadonga.
Pese a la gran polémica suscitada en la época con los planos de la basílica, dibujados por Frassinelli y firmados por el arquitecto Lucas Palacios, así como el male
star mostrado por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y la Comisión Provincial de Monumentos, que se entera por la prensa de las obras que se van a realizar en Covadonga, el obispo Sanz y Forés se aferró, para poder continuar los trabajos, a la Real Orden dictada por Alfonso XIII en la que se aprobaba el proyecto de construcción del nuevo templo. Tampoco la Sociedad Central de Arquitectos de Madrid, que dudaba de la profesionalidad de Frassinelli, era conocedora de los proyectos que se iban a llevar a cabo en el Santuario. Una vez construidos los basamentos y la cripta, Sanz y Forés es preconizado a la Archidiócesis de Valladolid y su sucesor, Mons. Herrero Espinosa de los Monteros suspende las obras, según el Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Oviedo, “ya porque carecía de medios para continuarlos, ya porque no había planos de la obra que se proyectaba”.
Tras el breve pontificado de éste, llega a hacerse cargo de la diócesis ovetense Fray Ramón Martínez Vigil, un fraile dominico asturiano, que pone como condición para su nombramiento que se reanuden las obras de Covadonga. Para que no vuelvan a reproducirse polémicas entre los diferentes organismos implicados en la supervisión de las obras de renovación del Santuario, Martínez Vigil se entrevista con Federico Aparici, al que conoce de su época como profesor de la Universidad Central de Madrid, para ofrecerle que sea el encargado de dirigir los proyectos de las edificaciones en Covadonga. En un principio, Aparici, fue contrario a esta idea pero finalmente sus profundas convicciones religiosas le llevaron a aceptar el encargo.
Según publica el Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Oviedo de 2 de octubre de 1887 intervino también la Junta de Oviedo que es quien le encarga la dirección de las obras del templo de Covadonga, “rogándole que sin pérdida de tiempo se ocupase en la formación de los planos y de la memoria” (…). El problema no fue fácil, como nos sigue comentando, ya que se encontró con los cimientos y la cripta hecha. Además Aparici, tras el fracaso profesional que le había supuesto el desplome de la iglesia de la Santa Cruz, que se estaba construyendo bajo su dirección, ponía en duda la fiabilidad de la obra a realizar. Su residencia madrileña, lejana a Covadonga, le hizo buscar ayuda en personas que pudieran resolver al instante los problemas técnicos que pudieran surgir. Entre ellas podemos destacar a Mariano Esbric, Lucas Palacios, Nicolás García Rivero, Mauricio Jalvo y, sobre todo, al canónigo don Máximo de la Vega que siempre
estaba como canónigo fabriquero a pie de obra.
A partir de 1884, según se recoge en las Pastorales de Fray Ramón Martínez Vigil, (Tomo I. Madrid, 1896 pág. 54), Aparici dirigió las obras de finalización de la Cripta según el diseño de Frassinelli; se terminó el almenado de la plaza; se levantó el soberbio y elegante muro de sostenimiento que une la plaza del templo con la de los canónigos; se construyó una escalinata monumental; se coronó de almenas toda la obra y se construyó, frente a la explanada de la futura Basílica, la “Casona” del Obispo o Palacio Abacial.
Una vez obtenido el visto bueno la Real Academia de San Fernando, la cual había creado una comisión encargada de velar por el cumplimiento de las obras conforme a los proyectos aprobados, se continuó con otros proyectos entre los que se encontraba la construcción de un gran hotel para albergar a todos aquellos peregrinos o turistas que se acercaran hasta el santo lugar o visitaran los bellos parajes de la montaña de Covadonga. El diseño, en este caso, también corrió a cargo de Federico Aparici, quien en 1891 ya tendría ideada su estructura. Un año más tarde, según la Memoria sobre el templo monumental de Covadonga ya se había sacado de cimientos y se comenzó a edificar la estructura del edificio. Por lo tanto, se puede afirmar que es en 1892 cuando comienza a levantarse el conocido y emblemático Gran Hotel Pelayo.
Durante los primeros años el ritmo de las obras fue lento debido a la escasez de medios económicos y a que todos los esfuerzos se dedicaron a finalizar las obras de la basílica। En apenas ocho años solamente se había edificado la primera planta del ed
ificio। Tanto en las obras de la Basílica, como en las del hotel, fue necesario contar con un gran número de trabajadores, sobre todo canteros para labrar la piedra, que atraídos por los salarios que aquí se pagaban llegarían de toda la región, incluso de fuera de Asturias. Muchos de ellos se establecieron en Covadonga y alrededores, como es el caso del cercano pueblo de La Riera donde llegaron a popularizar composiciones poéticas como la que ha pervivido en el cancionero popular:

Canteros de Covadonga
los que baxéis a la Riera,
si queréis beber buen vinu
cortexái la tabernera.



Una vez finalizadas las obras de la Basílica, se aceleraron las del hotel al poder utilizar muchos de estos trabajadores. A finales de agosto de 1901, Aparici visita Covadonga para ultimar detalles ante la inminente consagración de la basílica que tendría lugar el 7 de septiembre de 1901. Manuel Zabala y Gallardo, compañero suyo en la Escuela de Arquitectura, resumió la dirección de éste en la obra de la siguiente manera:
“Realizó uno de los más interesantes recuerdos de arquitectura antigua que hoy es frecuente hacer en edificios religiosos, siendo éste notable por su respeto al estilo histórico, pues la pureza de la composición general está acompañada con detalles originales, ninguno copiado, y todos muy dentro del estilo adoptado. El conjunto del templo se acomoda perfectamente al singular emplazamiento en que se eleva, y no obstante sus reducidas dimensiones y la obligada limitación de su coste, puede calificarse como una de las obras de mayor importancia artística de las realizadas en España recientemente”
También aprovechó la visita para supervisar como avanzaban las obras del hotel, entonces a medio construir, y conocer los proyectos que el Cabildo tenía para engrandecer el Real Sitio. A la vez que se levantaba el hotel, se llevaron a cabo una serie de actuaciones que implicaban la mejora en los accesos al santuario. Proyectadas por el ingeniero de la Jefatura de Obras Públicas de Oviedo, Víctor García de Castro, consistieron en excavar un túnel en el monte Auseva para acceder a la cueva desde la zona alta de la basílica, explanar y ampliar el terreno situado frente a la Colegiata y levantar el muro que llega hasta el hotel, prolongar el muro de Ventura Rodríguez y la plazoleta que hay bajo la cueva, que se adornó con dos artísticos pilones de piedra diseñados también por Aparici y que servían para marcar la entrada al recinto sacro. (Después de las reformas llevadas a cabo en el santuario por García Lomas, a comienzos de los años sesenta, estos fueron desplazados hasta el Repelao donde hoy marcan la entrada al Parque Nacional de los Picos de Europa).
En 1906 los trabajos ya van muy adelantados, pero en enero de 1907 el obispo ordena disolver la comisión de obras con sede en Oviedo, entonces es cuando el Abad, Nemesio Barinaga y Egocheaga, nombra una nueva junta formada por Pedro Poveda, Jenaro Suárez de la Viña, Miguel Alea o José Comas, entre otros canónigos que se alternaban en los cargos, y que es la encargada de llevar el control de los trabajos que todavía se han de efectuar en Covadonga.
A finales de 1908 el edificio está terminado, sólo queda acondicionarlo interiormente. Un año más tarde, en la reunión del Cabildo celebrada el 27 de abril de 1909 el Abad informa a los canónigos, en nombre de la comisión de obras, que los trabajos del hotel están prácticamente terminados y que “puede inaugurarse para el mes de junio”. Vistas las bases que presentó don Enrique Álvarez Victorero y tras las oportunas correcciones dictadas por el Cabildo se decidió ceder a éste la gestión.
Al igual que la basílica, se construyó en un tipo de piedra característica de la zona de Covadonga, caliza griotte de color rosado que cuando se pule adopta formas marmóreas. Esta era extraída de la cantera que había por el camino que sube a Peñalba, en el mismo Monte Auseva y a escasos metros del edificio en construcción, desde allí se transportaba hasta unas techumbres o cobertizos que se encontraban a pie de obra donde se labraba y se le daba la forma adecuada antes de utilizarla.
Mª Misericordia Ordóñez Vicente, en su obra José Gurruchaga, ejemplos de una arquitectura en evolución, enmarca la obra realizada por Aparici en Covadonga dentro del neomedievalismo que surge dentro del imperante neocatolicismo de la Restauración Alfonsina.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Concha Espina y “Altar Mayor”

María Concepción Jesusa Basilisa Espina, más conocida como Concha Espina, nace en Santander, el 15 de abril de 1869, fruto del matrimonio formado por el asturiano Víctor Espina Rodríguez y la montañesa Ascensión G. Tagle y de la Vega. Séptima de diez hermanos, desde muy pequeña se interesa por la escritura y con tan sólo trece años comienza a escribir poesía aunque, posteriormente, su fama le llega por sus narraciones en prosa.
Tras pasar una feliz adolescencia en el seno de una familia acomodada para la época, ya que su padre era armador y poseía algunas tierras y su madre procedía de la nobleza cántabra oriunda de Santillana del Mar, el futuro le deparó una vida llena premios y alabanzas, pero también de desgracias. La primera, fue la crisis y posterior ruina de la sociedad que don Víctor tiene con Cándido González (“Sociedad Espina y González”), la cual hace que éste se vea obligado a vender todas sus posesiones en Asturias y fijen la residencia en Mazcuerras, pueblo cercano a la provincia de Asturias y perteneciente a la vecina región cántabra. Otro duro golpe fue la muerte de su madre, en 1891, a causa de una pulmonía infecciosa. Durante dos años su familia estuvo viviendo de rentas y es entonces cuando algunos de sus hijos, entre ellos Concha Espina, regresan a Santander, donde para continuar subsistiendo venden lo poco que les queda, incluso las alhajas de su difunta madre. Un buen día, don Víctor, paseando por el muelle de Santander, se encontró con don Santiago López, primo del Marqués de Comillas, quien vista la situación en la que éste se encuentra le ofrece un puesto como contable en las minas de Ujo. Éste acepta amablemente su propuesta y se traslada toda la familia a Asturias.
En su juventud, Concha Espina fue una chica débil, seria y melancólica, sin embargo, a raíz de los trágicos momentos vividos y cuando la vida le golpea más duro se vuelve fuerte, alegre y optimista. A los veinticuatro años se casó en la iglesia de Mazcuerras con Ramón de la Serna y Cueto y se marcha a Chile, donde su marido se hace cargo de una de las mayores haciendas del país, la de su padre, don José María de la Serna y Haces-Barreda. Allí comenzó a escribir en un diario local llamado El Porteño y nacieron sus dos primeros hijos, Ramón y Víctor. Una vez retornada a España tendría otros tres, José, Josefina, y Luis.
Su matrimonio va poco a poco deteriorándose hasta que inevitablemente sobreviene la separación y, además, poco tiempo después, muere uno de sus hijos, Joseín como cariñosamente le llamaba. Lejos de enlutarse, hizo siempre lo que consideró más oportuno, sin importarle las normas esta
blecidas, por ello nunca siguió los dictados de una sociedad que le quedaba pequeña. Comenzó a vestirse con trajes claros y malvas y demostró que una mujer podía ser culta, refinada y elegante a la vez que trabajadora. Escribió en periódicos como El correo de Buenos Aires, La Atalaya, El Cantábrico, El Diario Montañés, ABC o la revista Lecturas. Pero sus éxitos literarios comienzan tras escribir la novela titulada La Niña de Luzmela. Mas tarde vendrán La Esfinge Maragata, El metal de los muertos, Altar Mayor, Un valle en el mar, Tierra firme y un largo etcétera.
En 1936 se quedó ciega, circunstancia que no impidió que continuara con su actividad literaria ayudada por una falsilla ideada por su gran amiga Montserrat Gili. Coincidió en el tiempo con el Modernismo y la Generación del 98, sin embargo no la podríamos enmarcar en ninguno de estos movimientos literarios, fue totalmente independiente. A pesar de las buenas relaciones con la monarquía, quien la promueve como embajadora de una expedición cultural por tierras de Lima, más tarde mantuvo con ella una actitud crítica frente al deterioro de España. Sin llegar a comulgar con las ideas de izquierdas, vio con buenos ojos el advenimiento de la República, pero la persecución religiosa emprendida por las turbas le hacen renegar de ésta y abrazar la causa Franquista. Viajó por todo el mundo y estuvo propuesta para el premio Nobel, que no ganó, precisamente, por el voto en contra de la Real Academia Española de la Lengua. Del mismo modo, tampoco ingresó en la Real Academia de las Letras por estar entonces vetada la entrada de mujeres en dicha institución.
Según nos cuenta en su biografía su hija Josefina, tras una lenta agonía y realizada la Señal de la Cruz, falleció en mayo de 1955 a los ochenta y seis años y en plena actividad literaria.
Premios y Obras.La mayor parte de las novelas o relatos que escribió Concha Espina se vieron siempre influenciados por los recuerdos y desgracias de juventud. Tienen como protagonistas a mujeres a las que de una manera especial se encarga de defender, aunque, conocedora de su problemática socio-laboral, también reclamó derechos para los obreros, especialmente de los mineros de Río Tinto, en Huelva. Muestra de ello son las novelas La esfinge maragata, publicada en 1914, y premiada por la Real Academia de la Lengua con el “Premio Fastenrath” o El metal de los muertos, que vio la luz en 1920.
Su fama le había llegado tras escribir, en 1909, La Niña de Luzmela, novela ambientada en el pueblo de Mazcuerras, lugar en el que residió algunos años y al que acudía en las temporadas estivales tras haber fijado su residencia en Madrid. La repercusión que tuvo entre sus lectores fue tal, que el mismo Alfonso XIII, en su honor, ordenó cambiar el nombre de este pueblo por el de Luzmela, aunque hoy en día de nuevo ha vuelto a denominarse con su nombre original.

Además del anteriormente citado, la Real Academia de la Lengua le otorgó otros galardones como el “Premio Castillo de Chirel” por la obra Tierras del Aquilón, el “Premio Espinosa Cortina” por el drama en tres actos El Jayón, o el “Premio Cervantes”, en 1950 por Un valle en el mar. Otras obras suyas son: Despertar para morir, Agua de nieve, Ruecas de marfil, Mujeres del Quijote, La rosa de los vientos, Simientes, el Cáliz Rojo, La Virgen Prudente, Retaguardia, Esclavitud y Libertad, Casilda de Toledo (vida de Santa Casilda), sus famosos poemas en prosa publicados en Pastorelas o un inédito epistolario titulado El grande y secreto amor de Antonio Machado, entre otras muchas.
Prolífica escritora, sus trabajos han sido numerosas veces reeditados y traducidos a idiomas como el Ingles, Francés, Alemán, Italiano, Portugués, Ruso, Sueco, Checo, Polaco y Holandés. Otros incluso fueron llevados al cine o la televisión como es el caso de Altar Mayor, Premio Nacional de Literatura en 1926 y en la que nos vamos a centrar en las siguientes líneas.
La novela "Altar Mayor”.Los primeros capítulos de esta novela publicada por la Editorial Renacimiento de Madrid en el mes de julio de 1926 comenzaron a difundirse en el diario regional ovetense El Carbayón. Tal fue el éxito y la acogida que tuvo entre sus lectores que, ha día de hoy, existen más de diecisiete ediciones de distintas editoriales. Entre ellas las de algunos países como Argentina o México, donde tuvo gran aceptación debido a la enorme masa de personas de origen español que allí estaban emigradas.
Para escribirla, como se documenta en varios números de la Revista Covadonga, órgano oficial del Cabildo, pasó largas temporadas en el Real Sitio y nada más ver la luz se acercó hasta el Santuario para darle gracias a la “Santina”, virgen a la que profesaba gran devoción. En el número 100 del 15 de agosto de 1926 de la entonces publicación quincenal, existen también testimonios fotográficos que nos confirman, a pie de foto, que pasó en Covadonga unos días, alojada en el Gran Hotel Pelayo, que se convierte en protagonista principal de la obra.
Escrita en un lenguaje sencillo, en esta pueden diferenciarse perfectamente dos asp
ectos: la importancia que la escritora le da a la descripción del paisaje y el relato de una compasiva y tierna historia de amor.
El argumento narra los amores entre Javier de la Escosura (típico señorito madrileño), y su prima Teresina, perteneciente a la rama pobre de la familia y natural de La Riera, pueblo cercano al Santuario de Covadonga, donde ella trabaja en la pequeña tienda de recuerdos que hay en el Hotel Pelayo. Javier llega de la capital a pasar una temporada en casa de sus tíos como prescripción médica para reponerse de sus persistentes fiebres depresivas, ya que los aires del campo le podían resultar beneficiosos. Allí se enamora de su prima y ante el altar de la Virgen de Covadonga le jura amor eterno, promesa que incumple ante los vanidosos intereses de su madre que consigue casarlo con la hija de la marquesa de Avilés. Ya repuesto de su dolencia regresa a Madrid, pero, pasado algún tiempo, Javier regresa a Covadonga y renueva la misma promesa tras resurgir el viejo amor que ya casi había desaparecido. El frágil temperamento y la poca iniciativa para la toma de decisiones de éste, ante las intenciones de su madre hacen perecer las ilusiones y esperanzas de una joven que también rechaza a Josefín, un noble mozo que siempre estuvo a su lado y a quien Teresina simplemente quería como a un hermano.
Un día en el Gran Hotel Pelayo, donde se desarrolla casi por completo la obra, la madre de Javier se pone de acuerdo con Leonor, hija de la marquesa de Avilés, y preparan una excursión a la cueva del “Bustiu” (Que se encuentra subiendo por la carretera de los lagos, no confundir con la del Buxu). Una vez allí Leonor aprovecha para fingir una caída en la cueva y la dejan sola junto a Javier, mientras el resto de la expedición regresa al hotel a pedir ayuda y contar lo sucedido. Dejar la pareja a solas en aquel lugar es la forma que tienen de atrapar al joven por aquello del ¿qué dirán?. Es entonces cuando le obligan a comprometerse con Leonor y quitarle de la cabeza a su prima. Tras una atormentada boda, en la que en esa misma noche fallece la desposada, Javier no tiene donde buscar amparo mientras que Teresina sabe encontrar un firme apoyo en Josefín, aquel noble y firme mozo en el que la escritora ha querido simbolizar el alma recia y brava de Asturias, en cuyo corazón está enclavado el Santuario de Covadonga, “Altar Mayor” de España.

La Película “Altar Mayor”.
Tras el éxito cosechado por la novela, de la que en apenas dos años se llegan a publicar veintitrés mil ejemplares, en las tres primeras ediciones de la Editorial Renacimiento, existe la intención de llevarla al cine. Por este motivo, en el mes de julio de 1928 llegan hasta Covadonga la autora, Concha Espina, la periodista Sra. de Velarocho, la Marquesa de Argüelles, doña Concha Heres y doña Isabel Maqua. La expedición, por supuesto, estuvo en el Gran Hotel Pelayo, donde fue recibida por el director, don Enrique Álvarez Victorero, quien les agasajó con un suculento banquete y donde tomaron las oportunas notas tras haber recorrido las distintas dependencias. Sin embargo esta idea no fue llevada a cabo hasta unos años más tarde, una vez concluida la guerra civil.
El proceso de grabación cinematográfica dio comienzo en 1942 y tuvo una enorme repercusión en toda Asturias. El hecho de filmar en Covadonga hizo que muchas personas se acercaran hasta el santo lugar con motivo de presenciar “in situ” el rodaje. Además de la curiosidad por saber cómo se efectuaban las películas que veían en los cines, existía la posibilidad de que fueran seleccionadas para trabajar como extra y ganarse de este modo unas “perras”.
El rodaje se realizó casi íntegramente en el Gran Hotel Pelayo, donde se estableció todo el equipo de rodaje, sin embargo algunos actores estaban alojados en el Gran Hotel de Ribadesella y se trasladaban hasta allí todos los días para realizar las distintas tomas.
“Avanza el Minerva estruendoso y jadeante…”

Así comienza tanto de la novela como la película y en ese coche se ve llegar a Javier de la Escosura hasta la misma puerta del Gran Hotel Pelayo, enclavado en las montañas de Covadonga, donde trabaja su prima Teresina, personaje encarnado por la fabulosa actriz Maruchi Fresno quien realiza un papel encomiable lleno de candidez y ternura.
El guión, en el que se refleja perfectamente el carácter y modo de vida de una tierra montañosa y provinciana, muy alejada de la capital de donde procede el señorito, fue adaptado por Margarita Robles y es fiel reflejo de la novela, aunque lógicamente resumido. La peculiaridad de los escenarios está en que todos son reales, no se realizaron en estudios ni siquiera las escenas interiores. Es el mismo Hotel Pelayo de los años cuarenta en el que puede verse la tienda de recuerdos, el cuadro de Pelayo de Madrazo, trasladado allí para la ocasión, el famoso y característico oso de madera que hoy sigue dando la bienvenida a los visitantes, la regia escalera barroca y señorial y hasta los salones y terrazas que nos recuerdan al estilo burgués y provinciano de la época.
Es de resaltar la escena del “chigre” donde se cantan asturianadas y se escancia sidra. Rodada en el Merendero de Cangas de Onís, en ella aparecen conocidos personajes locales como Ania o una preciosa “chigrera” encarnada por Luisa la del Turismo, entre otros. También actuaron la popular “Fora” y Pedrito Menéndez, en la procesión de las antorchas, Josefina Díaz y Chelo Pérez en la recogida de manzanas o Angelita Muñiz en la boda con la que termina el film.
Toda la película es un canto a las bellezas naturales de Asturias magníficamente plasmados por la mano del director de fotografía Isidoro Golderberger, que actúa bajo la acertada dirección de Gonzalo Delgrás. Cabe destacar el personaje de la solterona Adela, papel interpretado por la actriz Carmen Riazor, mientras que a Leonor le da vida una jovencísima María Dolores Pradera. En cuanto a los personajes masculinos de Josefín y Javier fueron interpretados por los actores José Suárez y Luis Peña, respectivamente; Fernando Fernández de Córdoba figura en el papel del canónigo don Elías; Luis de Arnedillo en el del doctor Yakub y Manuel de Juan en el de Santirso, director del hotel.
Todo este “bien hacer” quedó reflejado a partir de 1943 en una película llena de premios, estrenos y reestrenos que estuvo en las pantallas españolas durante muchos años cosechando grandes éxitos y que para orgullo de los asturianos, y especialmente de los Cangueses, se titula “Altar Mayor”.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Juan Pablo II en Covadonga

El pasado mes de agosto se cumplieron veinte años de la presencia de Juan Pablo II en Asturias y apenas los medios de comunicación se han percibido de tan importante visita que marcó un hito en la historia de la Iglesia Asturiana y que, junto con la retransmisión televisiva de la Vuelta a España, marcó el despegue turístico de nuestra Comunidad Autónoma.
Previamente, en 1954, Ángelo Giuseppe Roncalli, futuro Juan XXIII y por entonces Cardenal Patriarca de Venecia, también se había postrado ante los pies de la Santina tras desviarse de su ruta hacia Santiago. Desde ese mismo lugar llegó Juan Pablo II al aeropuerto de Asturias en torno a la una y media del 20 de agosto de 1989 acompañado por el entonces Arzobispo de Oviedo don Gabino Díaz Merchán, quien tras bajarse del avión le presentó al Presidente del Principado don Pedro de Silva. Tras los saludos protocolarios a las personas de la comitiva, entre las que se encontraba el entonces párroco de Santiago del Monte, Bayas y Naveces D. Juan José Tuñón Escalada (actual Abad de Covadonga), se acercó a un grupo de niños vestidos de asturianos que le ofrecieron un ramo de flores, una montera picona, una placa y una cesta de manzanas.
Desde allí se trasladó en helicóptero hasta el campo de fútbol del Seminario de Oviedo donde fue recibido por el entonces Rector José María (Chema) Hevia y por los entonces rectores de los Seminarios de Astorga, León y Santander, éste último don Carlos Osoro Sierra, actual Arzobispo de Valencia y sucesor en nuestra diócesis de don Gabino Díaz Merchán.
Tras el multitudinario recibimiento por las calles de Oviedo visitó la Casa Sacerdotal donde saludó a los sacerdotes jubilados deteniéndose con el entrañable don Luciano López García Jove. Después de la comida visitó la catedral y su Cámara Santa antes de volver al Seminario para coger el helicóptero que le trasladó hasta La Morgal, donde estaba previsto un gran acto multitudinario al que se llegó a decir que asistieron unas cien mil personas. Allí, mientras la gente esperaba la llegada del Sumo Pontífice no dejaron de sonar gaitas y tambores junto con canciones típicas asturianas. Entre las actuaciones estuvo la del cantautor asturiano José Prendes y el Cuarteto Torner que fueron los encargados de entretener la impaciente espera de las personas allí congregadas.
Nada más llegar a La Morgal, hacia las cinco de la tarde, el Papa, que avanzaba por un pasillo formado por grupos folclóricos de la región a toque de gaitas y castañuelas, se acercó a bendecir a tres niños enfermos antes de comenzar la Eucaristía. A esta asistieron unos 54 Obispos y entre 350 y 400 sacerdotes venidos desde los más diversos lugares. La misa tuvo un significado carácter asturiano, unos mineros entregaron al Papa la ropa con la que habitualmente trabajaban, trozos de carbón y una lámpara de mina, la gente del mar le entregó una reproducción de un barco realizado artesanalmente y un ancla, mientras que otros llevaron pan, vino y productos típicos asturianos. Curioso fue el regalo que le entregó una pequeña niña vestida con traje regional, una montera picona.
Terminada la ceremonia tomó un helicóptero hacia Cangas de Onís. A la Primera capital del reino llegó hacia las ocho y media de la tarde y, junto con el multitudinario público, le estaban esperando autoridades municipales y el Príncipe de Asturias. Desde allí, un coche enviado por la Casa Real Española le trasladó hasta el Santuario de Covadonga donde le esperaba un pequeño grupo de gente y niños de Covadonga, entre los que se encontraban los chicos de la Escolanía. Tras saludarle y cantarle el “Asturias patria querida” el Papa se retiró a descansar en una de las habitaciones de la Casa de Ejercicios que le había sido habilitada para tan solemne visita. El día para el Sumo Pontífice había resultado agotador, no sólo por la maratoniana jornada sino porque además se encontraba en un estado febril con una temperatura de 38 º.
Nada más levantarse al día siguiente, como si de un milagro de la Santina se tratara, esa fiebre había desaparecido. Era el día 21 de agosto y a las ocho y media de la mañana se
encontraba ya recibiendo a los miembros del Patronato de la Gruta y Real Sitio en un acto que fue presidido por S. A. R. el Príncipe de Asturias, Presidente honorífico del mismo. Tras concluir la reunión, el Santo Padre se dirigió, acompañado de una gran comitiva, a la Santa Cueva donde se arrodilló y oró piadosamente ante la imagen de la “Santina”. Al ver que habían transcurrido unos veinte minutos y el Papa seguía en oración, el servicio de protocolo tuvo que informarle de que debería continuar con el resto de las actividades programadas. Pero, no sin antes depositar en la mano derecha de la Virgen un rosario de oro y nácar que hoy es conservado en el Museo del Santuario.
Ante el precioso día que amaneció la misa, como estaba prevista, se desarrolló en la explanada de la basílica ante aproximadamente unas cinco o seis mil personas. En su homilía llegó a decir frases como estas:
“La Cueva de Nuestra Señora y el Santuario que el pueblo fiel ha consagrado esta imagen “pequeñina y galana”, con el Niño en brazos y en su mano derecha una flor de oro, son monumento a la fe del pueblo de Asturias y de España”.
“Así, Covadonga a través de los siglos, ha sido como el corazón de la Iglesia de Asturias. Cada asturiano siente muy dentro de sí el amor a la Virgen de Covadonga, a la “Madre y Reina de nuestra montaña”, como cantáis en su himno”.
“La Virgen de Covadonga es como un imán que atrae misteriosamente las miradas y los corazones de tantos emigrantes salidos de esta tierra y esparcidos hoy por lujares lejanos”.
“Covadonga es además una de las primeras piedras de la Europa cuyas raíces cristianas ahondan en su historia y en su cultura. El reino cristiano, nacido en estas montañas, puso en movimiento una manera de vivir y de expresar la existencia bajo la inspiración del Evangelio.
Por ello, en el contexto de mi peregrinación jacobea a las raíces de la Europa cristiana, pongo confiadamente a los pies de la “Santina de Covadonga” el proyecto de una Europa sin fronteras, que no renuncie a las raíces cristianas que la hicieron surgir. ¡Que no renuncie al auténtico humanismo del Evangelio de Cristo!”.
Durante la consagración se escuchó el tañido de la enorme campana monumental que todavía hoy adorna en lo alto de la entrada a la Santa Cueva. En este caso, las ofrendas realizadas durante la misa fueron presentadas por vecinos de Covadonga, Cangas de Onís y Arriondas, así como por otras parroquias y grupos folclóricos de la comarca. Una vez finalizada la ceremonia, el Papa, volvió a acercarse hasta la Cueva de la Virgen para postrarse de nuevo en oración ante
s de subir a conocer los lagos Enol y Ercina.
Hasta allí se trasladó en un helicóptero que despegó desde la finca conocida como “Les Llanes”, utilizada como helipuerto improvisado tanto para despegue como para aterrizage, y allí paseó durante más de una hora en solitario ataviado de su característico ropaje blanco que chocaba con el bastón o “cayáu” de madera de avellano que llevaba en su mano, así como con los tenis blancos y rojos que le habían comprado a última hora en una conocida tienda de Arriondas y que le quedaban dos o tres números grandes. Cuando cansó se cobijó bajo una roca para poder soportar el radiante sol que iluminaba aquel maravilloso día, porque según sus palabras “Este es el segundo paseo más bello que he dado en mi vida”.
Por informaciones aparecidas en prensa y por sus propios recuerdos, ya que cuando alguien le hablaba de Asturias rápidamente la identificaba con la “Santina” y con esas maravillosas montañas, estamos seguros de que Asturias dejó una huella imborrable en el corazón y en la memoria de Juan Pablo II, un Papa que marcó un hito en la historia de la Iglesia Asturiana.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Oración de Juan Pablo II ante la Santina

¡Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia!
He subido a la montaña, he venida hasta tu cueva,
Virgen María, para venerar tu imagen Santina de Covadonga.
Con tus hijos de Asturias y de España entera
quiero hoy proclamar tus glorias y unirme a su canto:
¡Tú eres la Sierva del Señor, nuestra Madre y Reina!
Como peregrino que ansía afianzar su esperanza,
vengo a este santuario, testigo de tanta fe y amor en la historia.
Hogar seguro bajo su cobijo, entre los montes,
donde pusiste tu Casa y sin cesar dispensas los dones de tu hijo.
Junto con los pastores y fieles de esta Iglesia de Asturias
a Ti, que eres dulzura y esperanza de cuantos te imploran,
te pido el don de la esperanza que ilumina el futuro,
el gozo perenne de la fe, el ardor radiante de la caridad.
Ayúdanos a vivir en comunión sincera,
sabiéndonos Iglesia de Dios, hermanos de Cristo e hijos tuyos,
para dar testimonio de unidad y reavivar en nuestro pueblo la fe.
Te pido, Señora, desde este corazón de Asturias que es tu cueva
por todos los que invocan tu nombre en tantos otros templos,

que esparcidos en la geografía del Principado,
son faros de fe, santuarios donde brote el fervor de la esperanza,
morada tuya donde tus hijos se reúnen en torno al altar.
Quiero presentarte y poner ante tus pies, Virgen de Covadonga,
a todos tus hijos de Asturias, las gentes del campo y los hombres del mar,
los mineros con su duro e inclemente trabajo, los niños
y los ancianos, los enfermos y todos los que sufren en el cuerpo
y en el alma, las familias y, sobre todo, los jóvenes, promesa
del futuro, que buscan la razón, y el sentido del vivir.
Alcanza para todos de Dios, “rico en misericordia”,
con tu poderosa mediación maternal,
la gracia del perdón y de la reconciliación
que Cristo tu Hijo nos ha merecido
para vivir en paz con Dios y con los hermanos.
Protege, Virgen Santa de Covadonga,
a cuantos vienen hasta tu templo santo
para unirse en matrimonio bajo tu mirada maternal.
Haz que experimenten como los esposos de Caná,
la gracia de tu intercesión y la presencia salvadora de tu Hijo,
para que la fe cristiana sea fundamento inquebrantable de
su hogar y el amor verdadero fortalezca su unión
y se abra fecundo a la vida.
Mira Madre de Asturias, a todos los emigrantes de esta tierra
que desde lejos vuelven sus ojos hasta este santuario
en espera de poder regresar a su patria y contemplar tu rostro
que atrae los corazones e irradia luz y paz.
Santina de Covadonga, causa de nuestra alegría,
ilumina a cuantos llegan a estas montañas
para que reconozcan, en medio de tanta belleza
a quien yéndolas mirando, con sola su figura, vestidas
las dejó de su hermosura,
y así se dejan atraer por la bondad y belleza del Creador
que hizo de Ti el vértice de la hermosura humana y divina.
Suscita, Madre de Asturias,
entre los hijos e hijas de las familias cristianas,
vocaciones de apóstoles y misioneros,
nuevos sacerdotes, religiosos y religiosas,
personas consagradas y seglares comprometidos
al servicio del Reino y de la civilización del amor.
Haz que, hoy como ayer, los hijos de Asturias
sigan a tu Hijo por el camino de la santidad y
siembre la semilla del Evangelio
desde aquí hasta los confines de la Tierra.
Madre y Maestra de la fe católica,
haz que Covadonga siga siendo, como antaño lo fue,
altar mayor y latido del corazón de España.
Y a quienes te cantamos como la Reina de nuestra montaña
y a todos los hermanos que peregrinan por los senderos de la fe,
muéstranos a Jesús, fruto vendito de tu vientre,
que nos ofreces siempre como Salvador y Hermano nuestro.
¡Oh, clementísima; oh piadosa, oh dulce Virgen María!
Amén