jueves, 1 de mayo de 2008

El pintor José Ramón Zaragoza, un recuerdo merecido.

Por fin, parece que el Ayuntamiento de Cangas de Onís a través de una exposición en la Casa de Cultura le va a rendir un pequeño, pero más que merecido, homenaje a la figura del insigne pintor cangués José Ramón Zaragoza Fernández. Este artista fue una de las personas más importantes que tuvo el concejo desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX y con el paso del tiempo había caído en el olvido para muchos, aunque no para unos pocos amantes del arte, la historia y la cultura que constantemente venimos reivindicando su figura.
Nacido en Cangas de Onís el 16 de marzo de 1874 fruto del matrimonio de don Alejandro Zaragoza Ucio, natural y vecino de Cangas de Onís, con doña Engracia Fernández Pando, natural de Margolles, fue bautizado ese mismo día en la iglesia de Santa María por el canónigo de Covadonga don Braulio Quiñones, siendo sus padrinos José María del Cueto y Encarnación González Barreda.
Desde muy joven apuntaba dotes e ingenio de artista, quizás heredadas de su padre, quien, además de ser capaz de construir molinos, tallar cristos en madera o construir un teatro, era aficionado a la minería y a la mecánica. Muchos de los molinos del concejo y de los alrededores, así como ingeniosas máquinas para mejorar los trabajos agrícolas, fueron obra de don Alejandro, que también construyó por completo el
“Teatro Zaragoza” de Cangas de Onís. Hoy tristemente desaparecido, el teatro se ubicaba en el número veintisiete de la calle San Pelayo, a tan sólo unos metros de su casa y en el lugar en el que hoy se levanta una estación telefónica.
En esa misma calle, en el número veinte, vivió y pasó la infancia José Ramón Zaragoza rodeado, gracias al comercio y las relaciones de su padre, de un ambiente culto entre personas como los García Ceñal, primos de Vázquez de Mella, los Cortés, los Llanos Álvarez de las Asturias, Roberto Frassinelli o D. Sebastián de Soto Posada, grupo al que debemos añadir a don Máximo de la Vega, natural de Nueva de Llanes y canónigo del Santuario de Covadonga, que llegará a convertirse en su mayor protector.
Fruto de la amistad que le une a don Máximo en 1891, cuando tan sólo contaba con diecisiete años, realiza una vista de la cueva de Covadonga en la que se ve el camarín de la Virgen y un retrato del obispo de la diócesis, don Benito Sanz y Forés. Dos años más tarde, pintó el retrato de la infanta Isabel que se conserva en el Salón de Recepciones del real sitio, pero no serán estas las únicas obras que nazcan de la estrecha amistad con el canónigo, sino que, tras la muerte de éste y queriendo dedicarle su particular homenaje, lo inmortalizó en dos retratos realizados a partir de unas fotogr
afías familiares.
Siendo niño comienza los estudios de dibujo en la escuela de Artes y Oficios de Oviedo, dirigida entonces por Ramón Romea Ezquerra, de quien aprende las nociones básicas y técnicas de la pintura. Con dieciocho años pintó al óleo el lienzo titulado “Costumbres de la Ribera” que envió a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1892, ese año carácter internacional debido a la celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América. Entre las 1.648 obras allí expuestas, la de Zaragoza, debió pasar bastante desapercibida, aunque seguro que alguien fue capaz de detenerse ante el cuadro y leer la pequeña cartela en la que figuraba su nombre y la única indicación de que residía en Cangas de Onís.
Su primer reconocimiento le llegó en la Exposición Nacional de 1897, segunda a la que se presentaba y a la que concurrió con un cuadro de grandes dimensiones titulado “La lección”. El premio obtenido fue una “mención honorífica” que, aunque fuera el de menor categoría que se podía conceder, no fue malo si tenemos en cuenta que obtuvieron igual mérito Eduardo Chicharro, Joaquín Mir, Nicanor Piñole y un joven Pablo Ruiz Picaso, que contaba entonces con tan sólo quince años.
Durante los últimos años del siglo XIX (1897-1901) fue pensionado por la Diputación Provincial de Oviedo para estudiar en la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid donde obtuvo el título de profesor de dibujo. Ese mismo año en el que finalizó los est
udios recibió una medalla de segunda clase por “El niño enfermo” en la Exposición Nacional de 1901, mérito que trajo como consecuencia que la Diputación de Oviedo, sin esperar a cumplir los cuatro años establecidos, le retirara la pensión alegando que con el premio obtenido tenía lo suficiente para poder vivir.
Años más tarde, entre 1904 y 1910, volvió a ser pensionado, en este caso, por el estado español por la pintura de historia en la Academia de Bellas Artes de Roma, obteniendo en todos sus envíos reglamentarios una calificación honorífica. Desde allí envió para la exposición nacional de 1906 el cuadro “Orfeo en los infiernos” con el que vuelve a conseguir una medalla de segunda clase.
A la larga lista de exposiciones nacionales a las que se presentó debemos sumar las internacionales de Roma (1911), Munich (1913), en la que recibió una medalla de oro, y la de la Real Academia de Londres (de noviembre a enero de 1920), aunque también fueron expuestas obras suyas en el Salón de París, en Berlín, Viena, Venecia y Buenos Aires llevando el nombre de Cangas de Onís a lo largo y ancho del mundo.
Viajero infatigable, recorrió casi toda Europa en su afán de conocer directamente las obras de los grandes maestros de la pintura visitando museos y exposiciones que le sirvieron para realizar algunas de sus mejores composiciones. Mientras en su etapa italiana descubre la luz y el color, en París y Bretaña realiza elegantes retratos como Mr. Stanton o Viejos Bretones, copiando del original en la Nacional Gallery de Londres una majestuosa Venus del Espejo, de Velázquez, que seguro ha
rá las delicias de quienes visiten la exposición.
En 1928 es nombrado por oposición profesor de término para la enseñanza de Dibujo Artístico en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid y funda y dirige la “Academia Zaragoza”
, destinada a enseñar dibujo a los jóvenes aspirantes de la Escuela Superior de Arquitectura. Dos años más tarde se le nombró profesor auxiliar de pintura en la Escuela de San Fernando, de cuya academia entra a formar parte en 1948. Desgraciadamente, antes de llegar a leer su discurso de investidura, fallece en la casa de los Negrales el 29 de julio de 1949 siendo enterrado al día siguiente en la Sacramental de San Justo.
Autor prolífico, diestro en el dibujo y en el color, confería a todas sus obras un gesto elegante, de paz y equilibrio. Hoy podemos encontrar obras suyas en museos como el de Zamora, el Bellas Artes de Asturias, el Jovellanos de Gijón, así como en numerosas instituciones como la Junta General del Principado de Asturias, el Círculo de Bellas Artes de Madrid e, incluso, en Roma. Sin embargo, a día de hoy, Cangas de Onís sigue sin contar con un espacio donde poder exponer permanentemente las obras de este magnífico pintor, que llegó a retratar a buena parte de la sociedad canguesa, así como su paisaje y su costumbrismo.