sábado, 12 de mayo de 2007

El Museo de Covadonga

Gracias al cariño que siente el pueblo hacia Covadonga y, muy especialmente, hacia su “Santina”, a su densa historia y a la recopilación de elementos iconográficos, se ha podido formar el hoy denominado Museo de Covadonga, símbolo del arte y de la cultura que en años anteriores habían contribuido a difundir los orígenes de éste Santuario.
Intentaremos en este capítulo mostrarles cuáles han sido los orígenes, evolución y proceso de formación del mismo. Para poder comprender dicho proceso, deberemos remontarnos siglos atrás en la historia.
Las primeras crónicas en las que se nos describe la situación y el estado en el que se encuentra el Santuario de Covadonga son las que realiza en 1578 el clérigo e historiador Ambrosio de Morales en su denominado Viage Santo. Éste, por expreso encargo de Felipe II, recorre los Reinos de León, Galicia y Principado de Asturias, realizando detallada descripción de las reliquias de Santos, Sepulcros Reales y libros manuscritos de las Catedrales y Monasterios, acompañadas de notas sobre la vida del autor.
Y sobre su situación nos dice:

“…En este Concejo de Cangas, y dos leguas pequeñas de los Lugares asi llamados, está la insigne Cueba y digna de ser por toda España reverenciada como celestial principio, y milagroso fundamento de su restauracion, llamada Cobadonga con el monasterio de nuestra Señora, que aunque es muy pequeño, es grande la devocion que con él en esta tierra se tiene…”

Más adelante continúa:

“… En el altar está una Imágen de nuestra Señora, de obra nueva bien hecha. Con ésta Santa Imágen se tiene gran devocion en esta tierra, y se hacen á ella grandes romerías, y hay grande concurso el dia de nuestra Señora de septiembre; y por ella se llama el Monasterio de Stâ. MARÍA DE COBADONGA. En el altar mayor está siempre una cruz grande y antigua de plata”.

Siempre ha estado Covadonga, por su historia, unida en vínculos con la monarquía, y prueba de ello son las donaciones y privilegios que ofrecen distintos monarcas al Santuario con objeto de engrandecer la liturgia y los cultos. Así lo podemos constatar en el inventario realizado en 1676 por el obispo de la diócesis de Oviedo cuando se nos dice que:

“…Entre las alhajas se cuentan cuatro lámparas de plata, una de ellas regalo de Carlos II; dos cálices donados por Felipe II; un viril guarnecido de rubíes, diamantes y esmeraldas, por Felipe IV; un magnífico terno de tisú de oro, ofrenda de la Reina doña Bárbara, mujer de Fernando VI (de la que una casulla aparece con el número 10 del catalogo de la “Exposición del Tesoro de Covadonga”); y un crucifijo con la imagen de oro, de la casa de los Duques de Gandía, que había servido en el oratorio de San Francisco de Borja”.

Sin embargo, es a comienzos del siglo XVIII cuando se pueden documentar las primeras ofrendas de exvotos, que constituyen hasta hoy en día una de las más bellas y significativas muestras de la devoción popular.
Con deseos de que se extendiese la devoción a la Virgen, algunas personas vinculadas a Asturias y residentes en Madrid crearon la Real Congregación de Nuestra Señora de Covadonga, de naturales del Principado de Asturias, siendo sancionadas sus Constituciones por Real Provisión en 1743. Análogamente fueron surgiendo nuevas congregaciones en México, Cuba, Puerto Rico, Argentina o Filipinas, entre otras, que contribuirían a difundir la devoción fuera de nuestras fronteras. A muchas de estas se les debe la publicación de algunos interesantes grabados, como por ejemplo, el del Puntual Diseño del Devoto Santuario de Covadonga de Jerónimo Antonio Gil según dibujo de Antonio Miranda, así como el encargo de diversas pinturas y retratos referentes a Covadonga y a la Virgen. Para poder recopilar todos los bienes pertenecientes a la Congregación madrileña, su archivero, D. Antonio de Estrada y Bustamante, redactó en 1768 un inventario manuscrito de todos los papeles, plata, vestidos, madera y demás alhajas que se conserva actualmente en el Museo del Pueblo de Asturias, de Gijón.

A raíz del trágico incendio acaecido en la Santa Cueva al amanecer del 17 de octubre de 1777 en el que se pierde la talla de la Virgen, cálices y cuantas riquezas eran custodiadas en el denominado Templo del Milagro, el Santuario entra en la absoluta pobreza. Es de nuevo una época en la que surgieron manifestaciones de devoción popular, que serían auspiciadas por la campaña de movilización general que llevó a cabo el Cabildo para poder restablecer el culto.
Nos dice el escritor Aramburu que es el mismo Abad, quien portando la supuesta espada que empuñó Pelayo durante su heroica hazaña, va a la Corte a pedirle súplicas al rey, súplicas que se verían recompensadas con una Real Provisión que facultaría a éste y al Cabildo para pedir limosna con el fin de reedificar de nuevo el Santuario.
No solamente recibió de la Corte esa gracia, sino que también se le encargó al arquitecto de Cámara, Ventura Rodríguez, la redacción de un proyecto para construir un nuevo templo, aunque éste, nunca se llegaría a construir por la falta de fondos y la oposición del Cabildo.
Como compensación a la pérdida sufrida en el fatal incendio, el Cabildo de la Catedral de Oviedo dona al Santuario una talla de la Virgen que era venerada en una de sus capillas y diversos ornamentos litúrgicos, entre los que se encuentra un cáliz de plata con la copa dorada que, posiblemente, sea el que hoy se expone en el museo, atribuido por Gerardo Díaz al orfebre ovetense Francisco Colás.
La mayor parte de las nuevas riquezas que posee al Santuario desaparecieron en 1809 como consecuencia de la guerra contra los franceses. En esta fecha, fueron embarcadas en Gijón por el General Marqués de la Romana debido a la persecución a la que era sometido por el Mariscal Ney.
El 28 de agosto de 1858 visitó Covadonga la Reina Isabel II en compañía de su esposo D. Francisco de Asís, sus dos hijos, D. Alfonso y la infanta Dña. Isabel, a quienes se les administró el sacramento de la confirmación su confesor y Arzobispo de Cuba D. Antonio María Claret, con la presencia de la duquesa de Alba y un numeroso grupo de distinguidas personalidades, entre las que se encontraba el Presidente del Gobierno, D. Leopoldo O’Donnell.
Con motivo de esta visita entregó en recuerdo un valioso manto de seda con bordados en oro que vistió ese mismo día la Virgen durante la procesión y que, posteriormente, sólo se le pondría en algún acto solemne. Recientemente restaurado en los Talleres de Arte Granda, hoy se expone en una de las vitrinas del Museo.
El regalo del Príncipe consistió en un doble pontifical completo en tonos blanco y rojo con realces de oro, mientras que en las Memorias Asturianas, recopiladas por D. Protasio González Solís, editadas en Madrid en 1890, al reseñar las alhajas del Santuario, nos dice:

“Al presente cuenta el Santuario entre sus mejores joyas el precioso regalo de los piadosos Duques de Montpensier, que consiste en un cáliz de plata donde se halla grabada toda la pasión del Señor y un viril del mismo metal, labrados ambos en la renombrada platería de Martínez, Madrid”.

El proceso de revitalización que vive el Santuario a mediados del siglo XIX a raíz de la visita de Isabel II, continúa en 1868 con la llegada a la Diócesis de Oviedo del Obispo D. Benito Sanz y Forés, quien cuenta con la estrecha y decisiva colaboración del canónigo del Santuario D. Máximo de la Vega, que desde Covadonga, coordina los trabajos que allí se realizan.
Seis años más tarde, se consagra la capilla de la cueva, diseñada por Roberto Frassinelli, también conocido como “el Alemán de Corao”. Con motivo de poder realizar una corona y un rostrillo para la imagen que en esta capilla se venera, según se puede leer en el Libro de Ángulos del Archivo Capitular de los años 1862-1901 (folio 25. Ángulo del 24 de mayo de 1874), se acordó entregar al Sr. Obispo algunas de las alhajas que posee el Santuario, detallando a continuación las que se sacaron para ser empleadas en la realización de dicha corona.
También decide Sanz y Forés la construcción de un gran templo monumental que devolviera a Covadonga el esplendor que tuvo en otros tiempos. Así, el 22 de julio de 1877 Su Majestad el Rey Alfonso XII enciende la primera mecha del barreno para desmontar el cerro del Cueto y el 11 de septiembre del mismo año bendice y coloca la primera piedra. No fueron pocas las dificultades que se encontraron para poder continuar con las obras, sobre todo económicas, y para poder ir solventándolas, según cita el Libro de Ángulos del Archivo Capitular 1862-1901(folio 75 v. Ángulo del 10 de abril de 1881), se celebrará en Madrid una subasta de alhajas con el objeto de “allegar recursos para las obras del templo”.
En el Ángulo celebrado el 22 de octubre de 1881 el Cabildo da lectura de una carta del Secretario de Cámara del Obispado, en la que manifiesta que “remite y entrega una casulla de tisú y adherentes que la Sra. Dña. Margarita de Borbón, por conducto de D. Guillermo Estrada, envía para la Santísima Virgen”.
Sin embargo, una de las cesiones más importantes y que llega hasta nuestros días, son los cuadros pertenecientes a la Serie Cronológica de los Reyes de España. Concedidos en depósito al Cabildo por Real Orden del 30 de diciembre de 1884, constituyen sin lugar a dudas, unas de las piezas más interesantes de cuantas pueden verse en el museo. Esta serie fue pensada para exponerse en el Museo del Prado que es a quien pertenece, pero en realidad, los lienzos nunca han llegado a colgarse de sus paredes.
Algunos años más tarde, por Real Orden de 13 de febrero de 1877 la colección pictórica se acrecentará con dos nuevas obras: La Anunciación, de Vicente Carducho y D. Pelayo en Covadonga, de Luis de Madrazo, que hoy pueden verse a ambos lados del altar de la basílica.
Merece la colección un estudio más completo y exhaustivo, para el que les emplazamos en el siguiente número de la revista.
Otra donación que se recibe para el altar de la Cueva es el 14 de marzo de 1888, fecha en la que D. Máximo de la Vega convoca un Ángulo extraordinario para hacer entrega de un cáliz de plata dorada de forma bizantina que había sido regalado por D. Benigno Rodríguez, canónigo y Provisor de Oviedo.
Sanz y Forés es elevado a la Archidiócesis de Valladolid y durante aproximadamente un año y medio el proyecto de construcción del nuevo templo quedó suspendido hasta que llega a la Diócesis el dominico asturiano Fray Ramón Martínez Vigil. Él es quien da el impulso definitivo para poder terminarlo, gracias a las gestiones realizadas por los Ministros o Senadores asturianos, que ejercían influencia decisiva en las decisiones tomadas por el gobierno.
De este modo, se obtuvieron subvenciones del Estado, de los Ayuntamientos y de diversos organismos y personas distinguidas, entre las que merece una mención especial el banquero ovetense D. Policarpo Herrero. Fundador del Banco Herrero, concedió créditos sin ningún tipo de rédito que el propio Prelado iba devolviendo a medida de sus posibilidades. Incluso, según apunta el sobrino de éste, Maximiliano Arboleya, a la muerte del Obispo, le habría dejado una deuda de seis mil pesetas.
Durante los años que duran las obras y los posteriores a su consagración afloran numerosos benefactores o personas comprometidas con Covadonga a quienes, incluso se les reserva el privilegio de ser enterrados en un lugar preferencial como la Cripta o el claustro de la Colegiata y a los que podrán ir conociendo los lectores dentro de la sección biográfica de esta misma revista.
El 15 de septiembre de 1891 se inaugura la capilla de la Cripta, diseñada también por Frassinelli. En ella se celebra por primera vez la misa, con la asistencia de numerosos peregrinos de Gijón y de otros pueblos, ante la imagen de la Cueva que, en solemne procesión, había sido trasladada allí para tomar posesión de su nueva casa.
En esta capilla se celebran los cultos hasta el 7 de septiembre de 1901, fecha en la que es consagrado con gran solemnidad el nuevo Templo.
Algunas donaciones que se recibieron para el mencionado altar, según se nos describe en una de las notas del Libro de las Obras del Templo (folio 183), son: “Su Santidad (León XIII) envió un cáliz por gestión y conducto de nuestro Embajador Sr. Menéndez Pidal, D. Segundo Alonso, una gran pila de ágata; los señores marqueses de Canillejas dieron un copón, una preciosa sabanilla y dos hermosos tapices; Dña. Dolores Horcasitas, sacras y alfombra; D. Anselmo González del Valle, un recado muy hermoso para celebrar; Martín González del Valle, un misal de primera clase; D. Policarpo Herrero, quinientas pesetas para comprar un atril y accesorios; D. Federico Aparici, arquitecto, una lámpara; D. Manuel Alea, Presbítero, un incensario”.
Más adelante, en agosto de 1893, D. Antonio Colada, procedente de Cuba y de Tineo dio una corona de plata; en mayo de 1895 el Sr. de León y de la Escosura, pintor de Infiesto, regaló un cuadro en que figuran una niña y unas aves el cual se destinó a la casa grande; en diciembre de 1898 D. Federico Martínez, natural de Cangas de Onís y vecino de Madrid regaló una lámpara de bronce de un metro y ochenta centímetros de diámetro para el nuevo templo; mientras que en enero de 1900 la Excma. Sra. Dña. Teresa Collantes de Herrero, regaló el altar e imagen de Santa Teresa de Jesús con Cruz, Sacras, Candeleros, atril y vinajeras.
El diseño definitivo del nuevo templo se debe al arquitecto valenciano Federico Aparici y Soriano ostentando, por disposición de Su Santidad, León XIII, el título de Basílica Menor. En los días próximos a su inauguración surgieron donativos de todas clases, tales como altares, esculturas, ornamentos, vasos sagrados, viriles, cruces, libros, y muchas alhajas. Entre ellas, cabe destacar la custodia de plata sobredorada y brillantes con forma de Cruz de la Victoria, regalo de Dña. Paz Blanco Infanzón.
Aunque muchas de estas donaciones iban encaminadas a engrandecer el culto y recabar objetos para poder celebrar la liturgia, algunas de ellas con el tiempo han pasado a formar parte del denominado Tesoro de la Virgen.
Sabemos que las alhajas y objetos que custodiaba el Santuario se encontraban en las vitrinas de la biblioteca, al menos hasta el 15 de octubre de 1900, fecha en la que deciden su trasladado al arca de la Sala Capitular.
Esta sala, situada frente a la Basílica, se encontraba junto con la Secretaría, la Biblioteca y el Museo, en la planta baja del Palacio Episcopal ó Abacial, y de sus paredes colgaban los cuadros de los Reyes de la monarquía asturiana.
De la biblioteca, Fermín Canella en su libro De Covadonga nos dice que está aún en proceso de formación, mientras que del museo señala que “está compuesto por numerosos objetos y varios donativos de significación histórica”, entre los que se encuentran: Cruz laureada de San Fernando del rey Alfonso XII, espada del Brigadier asturiano D. Salvador Escandón, de Parres, y otra de su sobrino-nieto el Teniente General D. Salvador Díaz Ordóñez y Escandón; gran cruz de Persia de D. Alejandro Pidal y Món (entregada por su viuda la Excma. Sra. Dña. Ignacia Bernaldo de Quirós al Señor Doctoral, quien hace entrega de ella al Cabildo el 26 de octubre de 1915); bandera de los voluntarios de Cuba; varias cruces y veneras de militares asturianos y de diferentes provincias, entre las que se encuentra la laureada de San Fernando del Capitán D. Joaquín Torromé y Pérez, todo ello entre otros exvotos y regalos.

En 1918 se conmemora el duodécimo centenario de la batalla de Covadonga y D. Fermín Canella publica su libro De Covadonga, obra referencial para todo aquel que desee profundizar en la historia del Santuario. Por iniciativa del obispo D. Francisco Baztán y Urniza, el día 8 de septiembre de ese mismo año se celebra la Coronación Canónica de la Virgen, acto para el cual, mediante suscripción popular, los asturianos ofrecen cuantiosos donativos y regalan sus mejores joyas para poder realizar la corona de la Virgen y del Niño Jesús. Obra del sacerdote y orfebre asturiano D. Félix Granda Buylla (fundador de los Talleres de Arte Granda), es la pieza más importante del Museo de Covadonga, no sólo por su valor material, sino por el sentimental nexo de unión que simboliza entre el pueblo y la Santina.
Robada entre las seis y las ocho de la tarde del 8 de diciembre de 1923, fue felizmente hallada pocos días después enterrada y con algún desperfecto fácilmente subsanable. El autor del robo, el alemán Nils Wolman, fue indultado en septiembre de 1926 y bautizado un año más tarde en la iglesia del Hospicio de Oviedo por el M. I. Sr. D. Rufino Truébano, siendo su padrino el Sr. Marqués de la Vega de Anzo y Dña. Isabel Maqua.
Con las joyas y donativos sobrantes de la corona realizó también Granda el maravilloso Tríptico para quien el escultor José Capuz Mandano hizo la imagen sedente que está en la iglesia de la Colegiata de San Fernando.
A modo de caja fuerte, el tríptico serviría para guardar las joyas por él construidas, quedando expuesto en la capilla del lado de la Epístola de la basílica al menos hasta el 19 de septiembre de 1922, fecha en la que se decide trasladarlo al Palacio Episcopal, donde comienza a mostrarse al público el denominado Tesoro de la Virgen.
Conforme se va configurando un espacio destinado a la exposición de diferentes piezas ligadas al Santuario surgen nuevas propuestas de donaciones marcadas por ese fin expositivo. Así, por ejemplo, sabemos que hubo ofrecimientos como el de los herederos de D. Sebastián de Soto Posada de donar su colección de crucifijos al Santuario, o proyectos, como el del Conde de la Vega del Sella de formar en Covadonga un gran museo etnográfico pero, a pesar de las buenas intenciones con las que fueron realizados, nunca llegarían a materializarse.
A partir del mes de diciembre de 1923 se acuerda enseñar el Tríptico previo pago del correspondiente billete y acompañado del señor Sacristán. Los billetes serían de dos tipos: unos generales, de una peseta y otros especiales para los domingos y festivos, de veinticinco céntimos; además, a todas aquellas personas que parecieran humildes se les concedería el pase gratis.
Covadonga sufrió las consecuencias de la Guerra Civil desde el 18 de julio de 1936 hasta el 11 de diciembre de 1937, fecha en la que se reanuda la vida capitular y la reconstrucción del Santuario. Según nos describe el Libro de Actas Capitulares de los años 1937-1946, folio 1, el Hotel Pelayo y el Hostal Favila habían sido saqueados, las casas desvalijadas, los servicios de más necesidad como el agua y las comunicaciones inutilizados, la basílica despojada de lo más necesario para el culto y desmantelada la Santa Cueva, de la que faltaba la imagen de la Virgen. Ésta afortunadamente aparecería en la primavera de 1939 en la embajada Española de París.
Respecto al museo hay que reseñar que muchas de las alhajas que en él se custodiaban habían desaparecido, entre ellas el Tríptico; otras, sin embargo, no sufrieron las mismas consecuencias y estuvieron depositadas hasta agosto de 1945 en el Banco de España de Oviedo.
El proceso de reconstrucción del Santuario fue iniciado tras la Guerra Civil por Menéndez Pidal sustituyendo la capilla de la cueva, finalizándolo a mediados de los años sesenta los hermanos García Lomas con las obras de ampliación de la explanada de la basílica y la edificación de las nuevas viviendas capitulares.
Poder mostrar de nuevo el Tesoro de la Virgen fue una tarea ardua, pero posible gracias de nuevo a la colaboración del pueblo. Así, en septiembre de 1962, el Cabildo de Covadonga, en colaboración con la Obra Social y Cultural de la Caja de Ahorros de Asturias monta la Exposición del Tesoro de Covadonga, que itinerantemente estaría en Oviedo, Gijón, y Avilés. Constaba esta exposición de veintisiete piezas recogidas en un catálogo entre las que se encontraban las coronas de la Virgen y del Niño Jesús, la custodia tipo Cruz de la Victoria, una imagen de la Santina, casullas, ternos y mantos de la virgen, entre otros objetos.
Unos años más tarde, en 1988, se formó en la cripta de la Basílica la Exposición histórico-iconographica del Santuario de Nuestra Señora de Covadonga, que serviría para ilustrar la visita de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias.
De esta manera, Covadonga cuida las tradiciones espirituales que la hicieron depositaria de grandes tesoros artísticos dándolos a conocer a generaciones venideras.
El conocido como Tesoro de la Virgen era una exposición de ofrendas o donaciones realizadas por la gente en agradecimiento a la Santina. En él podían verse piezas de muy diferentes valores; mientras que unas tenían un valor histórico o artístico, otras su verdadero valor era el sentimental, como por ejemplo, arras matrimoniales, alianzas, pulseras, diplomas, piezas de artesanía popular, lámparas de la mina, piedras de carbón, y un largo etcétera.
En el año 2001, conmemorando el primer centenario de la basílica, el Tesoro de la Virgen pasa a denominarse “Museo de Covadonga”, concretándose en una nueva instalación en la planta baja del edificio de la Escolanía, antiguo Hostal Favila, dignificando para ello el espacio que alberga la colección hoy existente. Supuso este cambio de ubicación un punto de inflexión en la línea museística del Santuario de Covadonga.
Inaugurado con la exposición, “Covadonga, Iconografía de una Devoción”, acoge hoy la mayoría de las piezas que formaron dicha exposición más los contenidos del denominado Tesoro, siendo destacable la alta participación de personas particulares e instituciones en la cesión temporal de las mismas.
Estructurado en apartados perfectamente diferenciados, el visitante podrá conocer a través de pinturas, grabados, fotografías, tallas religiosas, piezas de orfebrería, ofrendas y otros objetos el devenir y la identidad de Covadonga como un espejo en el que se refleja la historia de Asturias y donde se manifiestan especialmente la fe religiosa y la creación cultural.

El Gran Hotel Pelayo

Situado en el marco incomparable del Real Sitio de Covadonga y en pleno corazón del Parque Nacional de los Picos de Europa se encuentra uno de los más emblemáticos establecimientos hoteleros del Principado de Asturias, el Gran Hotel Pelayo.
Este robusto edificio, de planta rectangular y obra del insigne arquitecto Federico Aparici y Soriano, quien a su vez diseñó los planos definitivos de la Basílica de Covadonga, fue inaugurado en 1908, mismo año en el que también se abrió el túnel de acceso a la Santa Cueva desde la explanada alta del Santuario y en el que se había puesto en servicio el tranvía de vapor Arriondas – Covadonga.
Aparte de la devoción religiosa, la valoración de la naturaleza y la creación del primer Parque Nacional de España, en 1918, favorecieron enormemente el incremento del turismo en la zona de Covadonga y sus alrededores. Por ello, era necesario dar hospedaje a muchos de aquellos viajeros que necesitaban descanso tras una larga jornada recorriendo los más bellos parajes de nuestra c
omarca.
A la llegada de los turistas a la estación del Repelao se encontraban, a cualquier hora, automóviles en los que, a precios económicos, se podía subir al Santuario. Estos mismos también organizaban excursiones a los Lagos de Enol, desfiladero del Pontón y a las montañas de Ponga.
Según señala Gabriel Briones en la revista Covadonga, nº 6 del 1 de septiembre de 1922 en un artículo titulado El espíritu descansa en Covadonga, el Hotel se encontraba organizado en forma tal, que los viajeros disfrutaban de las mismas comodidades que en cualquiera de los hoteles suizos, servidos por ferrocarriles y funiculares, aunque en el Pelayo la vida era más sencilla, cómoda e independiente que en los países alpinos o en las orillas de los lagos helvéticos.
Por las mañanas los alojados en el Hotel solían ir a la Cueva de la Virgen para orar, oír misa, ver el sepulcro de Pelayo; a la basílica, donde escuchaban la celestial música que salía de los acordes del órgano; otros, sin embargo, organizaban la excursión del día. En el salón de lectura, no existían periódicos nacionales ni extranjeros, sino solamente revistas y libros de excursiones, ya que el Gerente, D. Enrique Álvarez Victorero, pensaba en los efectos desagradables que podían producir las malas noticias cuando alguien se encontraba de vacaciones. Todo estaba, pues, pensado para que no se perturbara el reposo espiritual, que tanto anhelaban las personas, que fatigadas por los avatares de la vida venían a descansar a este lujoso hotel.
Del libro de Pedro Pidal y José F. Zabala, Picos de Europa, 1918, página 92, se pueden extraer cuáles eran los precios que regían por aquellos tiempos:

“En el comedor general: cubierto, compuesto de cuatro platos, postre y vino, mesa redonda, 3 pesetas. Salón Restanurant: Cubierto de seis platos, repostería y vino, 4’50 pesetas. Comedores privados: El mismo cubierto del restaurante, con un suplemento de 3 pesetas por sala de seis cubiertos y 5 pesetas por sala de 12. Pensiones: desde 8 pesetas en adelante. Baños: por uno con jabón y ropa 1’50 pesetas. Los guías, corraleros, criados y chauffeurs que acompañan a los excursionistas, son beneficiados con un descuento”.
También dentro de la Guía de la misma revista Covadonga, citada anteriormente, se anunciaban los precios de los hospedajes y de este modo decía: “En los edificios de la Colegiata hay el Gran Hotel Pelayo, (pensión completa, desde 15 pesetas) y Fonda de la Gruta (pensión completa, desde 9 pesetas). Para peregrinos y grupos de excursionistas, se hacen rebajas proporcionales”.
Por este pasaron numerosos peregrinos, pintores, escritores, jefes de gobierno, diputados, senadores, ministros e incluso algún Rey y Príncipe. En el se celebraron bodas de distinguidas familias y personas de la sociedad asturiana, española, iberoamericana y, como no, de gente de la comarca. Para darse una idea de lo emblemático que era el hotel, señalar que en este se rodó, en 1943, la película de Gonzalo Delgrás Altar Mayor, basada en la novela del mismo nombre, de Concha Espina.
Como todo hotel tuvo momentos álgidos y momentos bajos, tras la reforma llevada a cabo en los años sesenta, obra del arquitecto Sr. Vicuña, fue entrando en un periodo de letargo del que se pretende despertar tras la reciente rehabilitación llevada a cabo en 2004-2005.
Hoy, es un hotel nuevo y elegante donde la gente puede disfrutar de la tranquilidad del paisaje gozando de su esmerada cocina tradicional.